Me gustaría saber por qué sigo
siempre al caballo cuyas riendas sujeto.
Con la edad —dice Polágoras— he acabado siendo como un campo en el que hubo una batalla, batalla de hace siglos, batalla de ayer, un campo de muchas batallas.
Los muertos, nunca muertos del todo, vagan en silencio, o reposan. Se les creería libres del deseo de vencer.
Pero de pronto, se animan, los que están en el suelo se levantan y, completamente armados, atacan. Acaban de encontrar al fantasma de su adversario de antaño que sacudido a su vez, de golpe, se precipita febrilmente hacia delante, presto a defenderse, obligando a mi corazón sorprendido a acelerar su movimiento en mi pecho y en mi ser enfurruñado que se anima a disgusto.
Libran sus batallas entre ellos, sin nunca interferirse con las anteriores ni con las siguientes, cuyos héroes desconocidos y apacibles deambulan hasta que, encontrando a su vez a su adversario contemporáneo, se yerguen al instante y se lanzan irresistiblemente al combate.
Por eso soy mayor —dice Polágoras— por esta acumulación.
Abrumado por batallas ya libradas, reloj de escenas cada vez más numerosas que retumban, mientras yo quisiera estar en otro lado.
Y así, como un hogar a merced del Poltergeist, vivo sin vivir, lugar de posesiones que ya no me interesan, aunque sigan apasionándose entre sí y rehaciéndose tumultuosamente en un febril devanar que yo no puedo paralizar.
La sabiduría no ha llegado —dice Polágoras— la palabra se atraganta cada vez más, pero la sabiduría no ha llegado.
A lo largo de la vida, mi atención, como una aguja sismográfica, me ha recorrido sin dibujarme, me ha tanteado sin formarme.
En la aurora de la vejez, ante la llanura de la Muerte, sigo buscando aún, sigo buscando siempre —dice Polágoras— la pequeña presa lejana que en mi infancia edificó mi orgullo, cuando con mis armas blandas y un escudo ínfimo, me paseaba entre los acantilados de oscuros adultos.
Pequeña presa que hice, creyendo que actuaba bien, que actuaba maravillosamente, para asentarme como fortaleza no desalojable. Pequeña presa demasiado sólida que fabricó mi resistencia.
Y no es la única.
¡Cuántas más construí durante mi loca defensa, durante mis años espantados!
A todas, recubiertas de fibras vivientes, tengo que localizar ahora.
Mi desfalleciente vida que sólo un hilillo tiene, busca con avidez los torrentes que aún se derrochan y la obra magnífica del valiente pequeño constructor ha de ser derruida en provecho del viejo avaro aferrado a la vida.
Henri Michaux en Poemas escogidos (Visor Libros, Madrid, 2001, trad. de Julia Escobar).
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Excelente poema. Gracias por la bella e importante labor que venís haciendo desde este blog. Un abrazo de agradecimiento.
ResponderEliminarMichaux siempre será un magnífico poeta, siempre indagando en las fronteras.
ResponderEliminarUn abrazo.