El poeta italiano Eugenio Montale (Génova, 1896) publicó su primer poemario, Huesos de sepia, a los 29 años. Se trata de una colección dividida en pequeños libritos de poesía con una temática común: la añoranza de un pasado que tal vez no fue tan idílico. Incluye poemas escritos entre 1916 y 1921, poemas de juventud, pero la mayoría fueron escritos entre 1921 y 1925, fecha en que se publicó. En ediciones posteriores Montale incluyó poemas escritos más tarde.
Está escrito en lenguaje sencillo, aunque no coloquial, y demuestra un gran conocimiento de la flora y fauna de la tierra de su infancia y adolescencia, cuya añoranza es el centro de la acción poética. Las referencias al Mediterráneo son abundantes. Su poesía invita a la contemplación de la naturaleza, de la belleza de un ritmo vital lento y reposado, cercano y pequeño, en donde hallamos la trascendencia de la vida.
Estamos ante una poesía costumbrista, realista, luminosa, descriptiva, que, por momentos, más se parece a la pintura que a la poesía; algunos de sus poemas podríamos verlos pintados en algún museo. A destacar la intensa relación con el Mediterráneo, en donde el oleaje se funde con el existir humano y este se ve reflejado en cada ola.
Pero sorprende la fuerte desazón que nos transmite la añoranza del pasado juvenil, más si tenemos en cuenta la edad a la que fueron escritos los poemas. Si bien es cierto que hace un siglo el paso a la edad adulta se producía mucho antes que ahora. Leyendo estos poemas, uno se imagina, tanto por la temática como por el tono, a una persona que, pasados los cincuenta, echa la vista atrás.
En algún momento del poemario, el poeta se refiere a sí mismo como “chiquillo envejecido” o “muchacho antiguo”, y creo que es ahí donde está la clave para adentrarse en estos versos de Montale, en la desazón de un niño que descubre demasiado pronto lo perecedero del existir humano, que quiere volver a jugar entre los huertos, a la orilla del mar, pero la sombra de la tormenta acecha. Él frunce el entrecejo y se siente abrumado por el silencio; después, en su juventud, manifestará con rabia la infancia vivida como ilusión y engaño.
Algunos poemas recuerdan la naturaleza sombría y hostil del Romanticismo. Más allá incluso, las descripciones de muchos de los paisajes rurales nos transportan a las inocentes novelas pastoriles. La musicalidad que percibimos al leer este tipo de literatura pastoril se ha trasladado al poemario de una forma peculiar: la rima interna de los poemas, que si bien huye de aparecer al final de cada verso, está presente de manera permanente en ellos, al menos en su traducción castellana.
Tal vez sea un atrevimiento por mi parte, pero me da la sensación de que, aún siendo un buen poemario, al escribirlo, Montale no tenía conocimiento de los autores que en su época estaban cambiando para siempre la poesía, en Italia, Europa y América. Algo de esto parece querer decir el traductor y prologuista de la edición que Visor Libros publicó en Madrid en 1975. Dice Francisco Ferrer Lerín, hablando sobre el tono de los versos: “en los tiempos de Ossi di sepia solo puede tratarse con los elementos de una tradición literaria ajena a cualquier atrevimiento experimental”, y tal vez no le falte razón.
Francisco Cenamor
Francisco Cenamor
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