Ahora puedo decir que nada era posible
salvo dejar la casa y quedarse frente a ella, mirando
hacia el valle todo el tiempo que pude. Sabía que un tren,
arrastrando una bufanda de humo, llegaría, que pronto habría de llover.
Un friso de nubes abatió una sombra sobre el pueblo,
y un viento torrencial aplastó los prados extendidos
más allá de olivares, de riberas de malvas y de rosas.
El aire tenía un olor dulce, y una niña agitaba un palo
contra unos cuervos tan lejanos que parecían moscas.
Su madre, enfundada en una capa y un chal, se protegió los ojos.
Me pregunto de qué, pues no había sol. Entonces alguien
apareció y dijo: "Mira esas nubes formando un muro, esos cuervos
cayendo del cielo, esos campos, verde pálido, verde amarillo,
rodando hacia lo lejos, y esa niña y su madre, diciendo adiós".
En un instante el cielo quedó manchado de una bruma rojiza,
y la persona junto a mí se alejó corriendo. Anochecía,
las luces del pueblo se encendieron, y vi, tenuemente al principio,
cerca del cementerio cercado de hileras de cipreses torcidos,
a la niña y su madre, juntas,
fumando, triturando la tierra con sus tacones.
Mark Strand en Aliento (Ayuntamiento de Lucena, Córdoba, 2004, trad. de Julián Jiménez Heffernan).
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Bello.
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