En el atrio: una reunión de ciegos auténticos, hasta con placa, una jauría de chicuelos, que ladra por una perra.
La iglesia se refrigera para que no se le derritan los ojos y los brazos... de los exvotos.
Bajo sus mantos rígidos, las vírgenes enjugan lágrimas de rubí. Algunas tienen cabelleras de cola de caballo. Otras usan de alfiletero el corazón.
Un cencerro de llaves impregna la penumbra de un pesado olor a sacristía. Al persignarse revive en una vieja un ancestral orangután.
Y mientras, frente al altar mayor, a las mujeres se les licua el sexo contemplando un crucifijo que sangra por sus sesenta y seis costillas, el cura mastica una plegaria como un pedazo de "chewing gum".
Oliverio Girondo, incluido en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías y otros poemas (Visor Libros, Madrid, 1995).
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y que poco ha cambiado Sevilla desde que Oliverio la visitó a pricipios del siglo pasado...esto si que es una descripción...a servido al menos un siglo
ResponderEliminarEste poema debe de ser de los años veinte o treinta, creo. Un siglo casi, sí. Y ahí siguen. Luego hablamos del atraso histórico del mundo musulmán, jajajaja.
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