en aquellas palabras.
Ramalazos de fuego
borraron de mi entraña
la última ternura.
-En la gloria del alba,
una cumbre de amor
caía desangrada-
Los cielos se apiñaron
urdiendo mi venganza.
Rojos gritos de ocaso
hirieron la mañana.
¡Qué fusta de rencores
en delirio rasgaba
la piel tersa, tan firme,
de mi dulzura intacta!
Necesito unas manos
que me cierren la llaga
de esta ira sin freno,
el roce de unas palmas
que alisen en mis venas
la sangre desbocada.
El odio se hizo carne,
lamiéndome las plantas...
¡Que tu limpio mirar
quiebre su ruta amarga!
Ernestina de Champourcin en Cántico inútil (1936), incluido en Cántico inútil. Cartas Cerradas. Primer exilio. Huyeron todas las islas (Centro de Cultura de la Generación del 27, Málaga, 1997, ed. de Milagros Arizmendi).
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