Hay un tiempo en que damos extraños
nombres a las cosas.
Por ejemplo, fulgor; por ejemplo,
mundo; por ejemplo, deseo.
Nombres nuevos, como en la infancia
la nieve.
Un día despiertas, tienes trece,
catorce años, descubres que estás desnudo
y tienes al lado otro cuerpo
también sin ropa y menos inocente.
A tu oído, cómplice con la luz
matinal de los naranjos,
llega un rumor de sílabas roncas
húmedas de deseo.
Como otros días, de rama en rama,
la nieve.
Eugénio de Andrade en Los surcos de la sed-Os surcos da sede (Calambur, Madrid, 2001, trad. de José Ángel Cilleruelo).
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