domingo, 26 de agosto de 2007

Poema del día: "Mi tribu de arena", de Kazuko Shiraishi (Japón, 1931)

En Riverside no hay río.
El río está seco en Riverside desde 1911.
En el verano de 1980 aparezco por primera vez en
Riverside.
69 años después de haberse secado el río.
Allí descubro que Riverside es de hecho una entrada
hacia el desierto. Allí de pronto las criaturas de la
tribu de arena empiezan a moverse en mi interior y
buscan la salida, deprisa, ¡ay!, hacia el desierto.
Toman la salida mientras pronuncian la palabra mágica,
"Riverside, Riverside"; salen atropellándose, volando,
hermosos espíritus construidos con granos de arena
seca, afuera, hacia el desierto.
Mis pensamientos tiran siempre hacia el desierto,
hacia donde hay arena, tierra seca, sin importar en
qué lugar me encuentre, aire caliente y seco donde
hasta al mismo sol se le quema la garganta, y la tribu
arenosa anidada en mi interior adquiere vida de
pronto, cuando descubre ausencia de agua, ni una gota
de agua en Riverside, y así se lanza cantando,
descalza, alegremente silbando, danzando hacia el
desierto. Entonces poco a poco me hundo hasta quedar
sepultada en esta multitud de arena y mi memoria
empieza a remontarse, hacia atrás, centenares de miles
de años atrás. ¿Es éste el arenal de los indios yaquis
de California o es el desierto de Sahara? ¿Estoy a
las orillas de la sagrada Uluru o en las planicies de
Australia? Cuanto más atrás se remonta mi memoria, más
ambiguos se tornan mis recuerdos... Quizá yo sea lo
arcaico, quizá me haya quedado dormida. El tamtam de
los tambores me despierta a veces; mas ya convertida
en arenosa tierra, adormecida, ¿cómo podría emerger
del todo de mi sueño?
En Riverside no hay río.
Seco Riverside, tierra enigmática, puerta al desierto
en donde no hay ni rastro de agua: ¿por qué eres una
pura entrada sin salida, por qué está el desierto
plagado de entradas sin una sola puerta? El desierto
es una entrada
Una entrada abierta a todos
Una entrada abierta a otra entrada
Cada vez más hacia dentro
Tribu de arena, intrépida hermandad, guerreros míos
que al olor de la arena corren hacia el desierto, sin
saberse bien por qué, no con locura, ni por ir a
alguna parte, sólo por puro instinto, sólo por el amor al
regreso.
De adentro de mi cuerpo regresan hacia su nido, hacia
la madriguera original, como si fueran bestias,
pájaros o peces. En la tarde calurosa oigo sus
aleteos.
Los ojos los ven y no los ven. Tribu de arena, más
evidente que la poesía, río seco, grande y ancho
Poder fantasmagórico, ánimas de la arena que adoptan
la forma del río...

Kazuko Shiraishi, en Viento venido de la ensenada.

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