1
¡Música, yo te nombro, Silencio primordial
idéntico a la Noche!
y la afiebrada ascensión del tiempo a través
de mis miembros
¡mi paz eurítmica!
Permanecerá la estación esta inenarrable
de pureza y plenitud que restituyó al silencio
la limpidez y resonancia de la claridad.
2
Esta mañana tenemos hambre de colinas pendientes y de cercados vergeles,
valles robados a las estrellas donde vagan nuestras sombras
en secreto merodeo, desconocidas por los guardianes,
para venir a escuchar latir en las yemas en flor
el ardiente corazón de todos los frutos futuros.
Esta mañana tenemos hambre de una apacible primavera a la sombra de un paraíso-jardín.
¡Toda el hambre de nuestra vida que permaneció insaciada!
3
¡Conquistar toda la extensión visible a la dicha de ser al fin rendidos a nosotros mismos!
y en esta loca búsqueda de un dominio aún disperso,
reconocer cada vuelta del camino para allí encontrar de nuevo
¡el claro reflejo de nuestro rostro remodelado en las supremas formas de la Felicidad!
4
Por lo tanto, heme aquí otra vez de pie,
temblando de emoción como en todo primer día
en el umbral de este mismo paisaje
que me había revelado antes los fastos de la Primavera.
Paisaje inundado de claridad que volví a ver una vez en el recodo de mi memoria.
Parterre en el jardín del éxtasis donde mi corazón no cesó de dirigirse
al encuentro de todas las futuras primaveras.
5
Así, amarrado al centro de la admiración,
me asombro de haber marchado tan lejos por el camino de la angustia.
Un cielo azul por encima de las colinas,
¡y en mi alma el llamado de una gran estación dedicada a la alegría de vivir!
6
Esta mañana, mi juventud se extiende hasta el alba del mundo,
y mi esperanza estrecha de un solo abrazo todos los días aún por venir.
Saludo esta mañana y sus ritos que me iniciaron por siempre
en el viejo ceremonial de la Alegría y de la inmutable Esperanza.
«¡Y a ti, Claridad!, surgida de lo más profundo de mi existencia,
súbita carcajada que brotara cual relámpago
en el reino infinito de la tristeza y la angustia,
yo te saludo, débil claridad, como el más precioso de los dones de la Noche.
Lucien Xavier Michel-Andrianarahinjaka en Tierra prometida (1988), incluido en Diwan africano. Poetas de expresión francesa (Editorial Arte y literatura, La Habana, 1988, selec. y trad. de Rogelio Martínez Furé).
¡Maestro de la metáfora, Lucien; no lo conocía yo...!
ResponderEliminarBenditas metáforas.
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