La mujer lapidada hasta la muerte al caer la noche
miró a lo largo de la llanura.
El sol estaba aporreado. La silueta urbana,
una quemadura de primer grado.
La noche invadía, y la oscuridad,
como un fantasma, chupó toda su sangre
empapando el cielo del ocaso.
La mujer lapidada hasta la muerte al caer la noche:
¿podía estar buscando al hombre que escribió algo
en la arena, último testigo
de todo esto?
El único aquí era yo:
una mano
escribiendo sobre la pizarra
de mis miedos.
La gente, con piedras en sus manos,
se había ido a casa.
El pecado había sido eliminado.
El anochecer, estregado.
El cielo liberado.
Sin embargo yo permanecía incapaz de volver a casa.
Como el cuerpo allí afuera.
Vi en sus cuencos una hilera de sangre
como melaza.
Y en sus ojos rotos las palabras.
"He pecado".
Oh, la mujer lapidada hasta la muerte al caer la noche.
Pregunto: ¿Me recuerdas?
Pero ella siguió mirando a lo largo de la llanura
Hasta que por fin los murciélagos volaron
y chillaron, reconociendo el cadáver,
y allí en la pus estaba mi nombre:
algo que ella quiso ocultar,
como mi tristeza.
"Sí," dijo ella una vez, "Todo lo que hice fue amarte. "
Oh, la mujer lapidada hasta la muerte al caer la noche,
Cierra tus ojos,
Cierra bien tus ojos
Goenawan Mohamad, incluido en Herederos del kaos (10 de abril de 2015, San Francisco/Barcelona, trad. de León Blanco).
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