Lo vi.
Tenía el pelo frágilmente pardo,
acaso despeinado por el Bóreas,
revuelto por un gato.
La frente blanca
como el cristal que empaña la tersura de un labio,
y su nariz de ninfa fugitiva
y su boca era un beso magistral en dos trazos.
No dejéis que os engañe su barbilla de erizo,
que os despiste el pelaje del Centauro,
pues su cuerpo atesora
la justa imperfección que le faltó a Leonardo
y en su ombligo retumba el aleteo
gigante del albatros.
Pero mirad sus ojos si alcanzáis
a ver desde tan bajo;
si no teméis los cuentos de las lagunas verdes
atestadas de trasgos.
Hay un cepo tejido en sus pestañas,
hay una planta omnívora acechando
y al caer su mirada cae la Luna
y los soles despuntan a la vez que sus párpados.
Lo vi. No tiene alas.
Tiene en la espalda el cielo constelado.
Pero he tocado el aire entre sus vértebras,
pero he volado al roce de sus manos.
Esther Giménez, incluido en La voz y la escritura 2006. 80 nuevas propuestas poéticas desde los viernes de la Cacharrería (Ediciones Sial, Madrid, 2006).
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