El pastor Riselo un día
desde su estrecha cabaña
miraba sus ovejuelas
y su ventura miraba.
Igual desdicha les corre:
las ovejas andan flacas,
y la ventura, de corta,
muy perdida y muy escasa.
Alzó los ojos al cielo,
al sol los ojos alzaba,
que como entonces salía,
pudo mirarle la cara.
Miraba sus rayos de oro,
que metidos en la escarcha,
parece que brota el suelo
aljófar, perlas y plata.
Luchando estaba el calor
con la frialdad helada;
algunas veces la vence,
y algunas vencido andaba.
Tras esto, vio cómo el cierzo
hacia el oriente pasaba
muchas nubes que cubrieron
al sol que el hielo ablandaba.
Llorando quedó el pastor
de ver que en esta mañana
su ventura y sus deseos
tienen viva semejanza:
cuando el hielo de Narcisa
con rayos de amor ablanda,
tristes nubes se lo estorban
de mil sospechas sin causa.
Al fin, quejoso y humilde,
envió al cielo estas palabras
(tristes suspiros las llevan
por que más de prisa vayan):
«Cielo, pues te llamas justo,
no dejes que el tiempo haga
tanto frío en mi pastora
y tanto ardor en mi alma».
Pedro Liñán de Riaza, incluido en Poesía de los Siglos de Oro (Epublibre, Internet, 2002, ed. de Felipe Pedraza y Milagros Rodríguez Cáseres).
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