Alma, que estando muerta
y en horrores de vicios sepultada,
Dios te llama y despierta
con una voz tan dulce y regalada;
¿qué haces, que no escuchas
sus amorosos ecos? ¿Con quién luchas?
¿Qué miedos te combaten?
¿Qué temores te impiden? ¿Qué recelos
hay en ti que dilaten
el logro de tus ansias y desvelos?
Responde a quien te llama
y no te hieles cuando Dios te inflama.
Concede al ocio justo
la piadosa atención que está pidiendo,
y con intenso gusto
escucharás a un cisne que muriendo
entre las ansias suyas
se acuerda así de las miserias tuyas.
—¡Pobre ovejuela! —dice—:
¿qué quieres, ignorante de tu daño
malograrte, infelice?
¿No ves que vas huyendo del rebaño
de mis mansos corderos,
a ser manjar de lobos carniceros?
De ti te compadece;
ten lástima de ti, que vas perdida,
y si no te parece
que es muy grande tu culpa y tu caída,
mira, fiel, con cuidado,
verás lo que me cuesta tu pecado.
Mira estas nobles sienes
coronadas de espinas rigurosas,
y si en tu pecho tienes
piedad, mira estas puntas dolorosas
que el cerebro me pasan
y el corazón y el alma me traspasan.
Mira estos ojos bellos,
por tu culpa sangrientos y eclipsados,
y estos rubios cabellos,
en mi sangre teñidos y bañados;
verás al sol ponerse
y al oro entre la púrpura esconderse.
Mira aquestas mejillas
que a esmaltes de carmín fondo de nieve
daban, ya amarillas,
sin su beldad hermosa cuanto breve;
mira, y verás mis labios
cárdenos lirios de sufrirte agravios.
Mira estas manos santas
que ocupadas en tales ejercicios,
misericordias tantas
obraron, por hacerte beneficios,
y para tu remedio
las verás taladradas por el medio.
Mira esta de rubíes
puerta, que en mi costado generoso
con pompas carmesíes
abrió un golpe de lanza impetuoso,
verás con este hierro
pagar mi amor lo que debió tu yerro.
Mira estos pies divinos
que, descalzos, por una y otra parte
tan diversos caminos
anduvieron gustosos a buscarte,
y en ellos castigada
verás tu liviandad desenfrenada.
Mira, si acaso puedes
mirar sin compasión, todo llagado
mi cuerpo, y si no excedes
en fiereza al león y al tigre airado,
viendo no lo merezco,
te dolerá lo que por ti padezco.
Mira que si en el verde
leño se hace tan cruel castigo,
es para que se acuerde
cuál será aquel que se hará contigo,
que, dada a tus placeres,
seca de gracia y de virtudes eres.
Pero si estás tan dura
que no te mortifican mis dolores,
y tu vana locura
los oídos le niega a mis clamores,
alma, repara y mira
que cuanta es mi piedad, tanta es mi ira.
María de la Antigua, incluido en Las primeras poetisas en lengua castellana (Ediciones Siruela, Madrid, 2016, ed. de Clara Janés).
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¡Místico poema de María de la Antigua...!
ResponderEliminarUn poco morbosa tanta exaltación del sufrimiento.
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