Cenicientas las aguas, los desnudos
árboles y los montes cenicientos;
parda la bruma que los vela, y pardas
las nubes que atraviesan por el cielo;
triste, en la tierra, el color gris domina,
¡el color de los viejos!
De cuando en cuando de la lluvia el sordo
rumor suena, y el viento,
al pasar por el bosque,
silba o finge lamentos
tan extraños, tan hondos y dolientes,
que parece que llaman por los muertos.
Seguido del mastín, que helado tiembla,
el labrador, envuelto
en su capa de juncos, cruza el monte;
el campo está desierto,
y tan solo en los charcos que negrean
del ancho prado entre el verdor intenso
posa el vuelo la blanca gavïota,
mientras graznan los cuervos.
Yo, desde mi ventana,
que azotan los airados elementos,
regocijada y pensativa escucho
el discorde concierto
simpático a mi alma...
¡Oh, mi amigo el invierno!:
mil y mil veces bien venido seas,
mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
del tibio mayo y del abril risueño?
¡Ah, si el invierno triste de la vida,
como tú de las flores y los céfiros,
también precursor fuera de la hermosa
y eterna primavera de mis sueños...!
Rosalía de Castro, incluido en Poesía del Romanticismo (Ediciones Cátedra, Madrid, 2016, ed. de Ángel Luis Prieto de Paula).
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