Madre, la mi madre,
guardas me ponéis;
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Dicen que está escrito,
y con gran razón,
ser la privación
causa de apetito;
crece en infinito
encerrado amor;
por eso es mejor
que no me encerréis;
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Si la voluntad
por sí no se guarda,
no la harán guarda
miedo o calidad;
romperá, en verdad,
por la misma muerte,
hasta hallar la suerte
que vos no entendéis;
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Quien tiene costumbre
de ser amorosa,
como mariposa
se irá tras la lumbre,
aunque muchedumbre
de guardas le pongan,
y aunque más propongan
de hacer lo que hacéis;
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Es de tal manera
la fuerza amorosa,
que a la más hermosa
la vuelve en quimera:
el pecho de cera,
de fuego la gana,
las manos de lana,
de fieltro los pies;
que si yo no me guardo,
mal me guardaréis.
Miguel de Cervantes en El celoso extremeño (Novelas ejemplares, 1616), incluido en Poesía de los Siglos de Oro (Epublibre, Internet, 2002, ed. de Felipe Pedraza y Milagros Rodríguez Cáseres).
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Un poema enorme, Gracias por traerlo.
ResponderEliminarUn abrazo
Moderno además. Fueron muchos los literatos de la época que abogaron por los derechos de las mujeres.
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