Me parezco a la tierra
intacta todavía, sin hendir.
Difícil le fue al cielo
acostumbrarse a mí.
Los fuertes aguaceros me azotaban,
me calentaba el sol hasta los huesos.
El tiempo, con su rauda pesadez,
pasaba sobre mí como un ejército.
Mas como yo tendía
firme y tenaz al cielo,
llegaron hasta amarme
la fina lluvia y el vagabundo viento.
Me llegaron a amar,
y pródigos me dieron sus riquezas,
y me abrieron el paso
por llanuras, quebradas, bosques, peñas.
Marcho sin doblegarme,
arriba vibra en luz mi antiguo cielo.
Y canto y me sonrío
allí donde otros callan indefensos.
Marcho sin doblegarme,
abajo mi fragante, antigua hierba.
No temo a nada, a nada,
porque tengo derecho a la entereza.
Una extraña no soy entre abedules,
almiares, prados y burlescos ríos.
Todas las pesadumbres me las curan
las polvorientas flores del camino.
No preciso pedir
ni posada, ni pan, ni luz, ni nada.
Para el bosque no soy un ser extraño,
ni lo soy para el rayo o para el agua.
Si la desgracia viene,
mi nombre invoco, avanzo,
que a nadie soy extraña,
y me alberga y protege cada árbol.
Rimma Kazakova, incluido en Antología de la poesía soviética (Ediciones Júcar, Madrid, 1974, trad. de Angel González).
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Precioso y tan auténticamente conceptual que empatizas con su significado poético y el mensaje. Me ha encantado. Lo guardaré para releerlo y animarme. Un abrazo
ResponderEliminarDesde luego es muy new age, seguro que sin haberlo previsto ella. Un abrazo.
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