y un viento helado que roza el bajío estremeciendo las aguas muertas y negras;
hay un quejido en el llano y un lamento en el bosque,
es un himno que nos llama a los brazos de los seres que nos aman.
No ha quedado nada sino cenizas donde los fríos de color escarlata del otoño
apagaron la languidez del verano con un dejo que nos llenó de alegría
por la gloria que hemos perdido, que se ha ido sin que podamos seguirla
a los recodos de otros valles y al rumor de otras costas.
¡Ven! ¡Ven! Puedes oírlas llamando, llamando,
llamándonos que vayamos a ellas y ya no andemos errantes.
Allá, tras las sierras y las tierras que nos separan,
hay una antigua canción que nos llama.
¡Ven! ¡Ven! —Porque las escenas que dejamos tras de nosotros
están desprovistas de la luz del hogar y de la llama que es joven para siempre;
y los árboles solitarios que nos circundan susurran con la voz del viento nocturno,
que el amor y todos los sueños del amor están lejos tras las montañas.
Los cantos que nos llaman esta noche han llamado siempre a los hombres,
y los vientos que traen el mensaje han estado soplando por diez mil años;
pero con esto acabará nuestro peregrinar, porque sabemos el gozo que nos espera
en la sorpresa del retorno, y en unos ojos de mujer que nos están esperando.
¡Ven! ¡Ven! No queda nada ahora que nos regocije—
Nada ahora que nos consuele, sino el amor con su camino de regreso:—
Allá tras las tinieblas hay una ventana que brilla para recibirnos,
y un hogar caliente nos está esperando dentro.
¡Ven! ¡Ven! —o el demonio vagabundo nos cogerá,
y nos hará morar con él hasta que la humanidad acabe:
no hay hombre sin embargo que pueda libertarse de él cuando sus garras lo han atrapado,
no hay nadie que le guardará enemistad, no hay nadie que le llamará hermano.
Así que nos pondremos en camino, y mientras menos nos jactemos, mejor,
por la libertad que Dios nos ha dado y el temor de lo que no conocemos:—
La escarcha que roza las hojas de los sauces vendrá otra vez a marchitarlas,
y la ruina de la que no podemos huir es la ruina que no vemos.
¡Ven! ¡Ven! Hay muertos en torno de nosotros—
Hombres helados que nos hacen muecas con una risa dura y terrible
que resuena más recio y se apaga y solloza en los estridentes juncos de noviembre,
y el viento largo del otoño en el lago.
Edwin Arlington Robinson, incluido en Antología de la poesía norteamericana (Fundación editorial El perro y la rana, Venezuela, 2007, selec. de Ernesto Cardenal, trad. de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal).
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