comienza la velada en el palacio Oro Ror.
Se alza el palacio en la orilla del estanque.
Sólo el estanque, perenne, lo mira, y lo refleja.
La orquesta abre lentamente la danza.
La noche es profunda.
Comienzan a llegar las damas que vienen de lejos:
descienden en silencio de sus doradas carrozas.
Ricos brocados recubren a las damas,
los ricos brocados recubren sus vestidos sembrados de gemas.
No se abre ninguna ventana en el palacio Oro Ror,
sino sólo la puerta, para que, por la tarde, pasen las damas.
Siguen llegando en fila innumerables carrozas,
de las que descienden silenciosas damas envueltas en ricos brocados.
El estanque refleja su entrada
y el oro de las carrozas resplandece en el agua extasiada.
Sólo se escucha la orquesta.
Encantador, lejano, su sonido
se pierde con el sedoso paso de los mantos.
Está en su plenitud ahora la velada.
Nadie hay en el exterior.
Silencio.
Aún una carroza resplandece a lo lejos,
se aproxima más rápida que el viento;
y, rápida, desciende una dama que llega con retraso.
Sólo se oye el ligero frufrú de su manto de seda.
La carroza se pierde, lenta, en la sombra.
Aldo Palazzeschi, incluido en Antología esencial de la poesía italiana (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1999, selecc. de Luis Martínez de Merlo, trad. de Antonio Colinas).
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