se iba acercando espaciada;
de hoja en hoja, de rama en rama
fue tejiendo un tupido lienzo.
El jardín suspiró, templado y somnoliento,
y bebió el agua, recobrando nuevas fuerzas,
y la hierba crecía
como si alguien la tirara de la oreja.
Cabeceaban campanillas, margaritas,
la amapola guardaba en su puño el abejorro,
y un chico pelirrojo, sin camisa,
con afán de crecer, corría por la vereda.
Los pájaros cantaban y cantaban
cada uno desde su propio hogar,
y la lluvia unas veces apagaba sus trinos,
y otras veces intentaba imitarlos.
Y todo respiraba tanta dicha,
tanto a lo nuevo se afanaba todo,
que yo mismo entonces me sentía
renovarme, crecer, volverme joven.
Nikolái Gribachov, incluido en Antología de la poesía soviética (Ediciones Júcar, Madrid, 1974, versión de María Cánovas).
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