como el rumor que hacen las hojas
del moral en las manos de quien las coge
en silencio y aún se retrasa en su lenta obra
sobre la alta escala que se ennegrece
contra el tronco plateado,
mientras la luna se aproxima a los umbrales
azulados, y parece extender delante de ella un velo
en el que se abandona nuestro sueño,
y parece que el campo ya se siente
por ella sumergida en el nocturno hielo,
y en ella bebe la paz tan deseada
sin verla.
Alabada seas por tu rostro de perla,
oh tarde, y por tus grandes, húmedos ojos, donde se calla
el agua del cielo.
Dulces te sean mis palabras en la tarde
como la lluvia que murmura
tibia y fugitiva,
despedida lacrimosa de la primavera
sobre los morales y los olmos y las vides,
sobre los pinos de jóvenes y rosados dedos
que juegan con la brisa que se pierde,
y sobre el trigo que aún no está rubio
y no es verde,
y sobre el heno que ya sufre la hoz
y cambia de color,
y sobre los olivos, los fraternos olivos
que tornan pálidas y santas las laderas,
y sonrientes.
Alabada seas por tus ropajes perfumados,
oh tarde, y por el cinturón que te ciñe como el sauce
y el heno que te aroma.
Yo te diré hacia qué reinos
de amor nos llama el río, cuyas fuentes
eternas a la sombra de los antiguos ramos
hablan en el misterio sagrado de los montes;
te diré por qué secreto
las colinas sobre los límpidos horizontes
se curvan como los labios que una prohibición
cierra, y por qué la voluntad de hablar
las vuelve bellas
más allá de todo deseo humano, consoladoras silenciosas
y siempre nuevas, de tal manera que parece
que cada tarde el alma las pueda amar
con un amor más fuerte.
¡Alabada seas por tu pura muerte,
oh tarde, y por la expectación que en ti hace palpitar
las primeras estrellas!
Gabrielle D'Annunzio, incluido en Antología esencial de la poesía italiana (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1999, selecc. de Luis Martínez de Merlo, trad. de Antonio Colinas).
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