hacia los combates,
y entre nuestros dientes
iba “Manzanita”.
Y esta canción hoy
permanece y tiembla
en la hierba joven,
jade de la estepa.
Pero otra canción
sobre un país lejano
llevaba mi amigo,
sola, en su caballo.
Cantaba mirando
su suelo natal:
—¡Granada, Granada,
Granada mía!
Iba repitiéndola
siempre, de memoria.
¿Dónde halló este mozo
la pena española?
Dime tú, Alexándrovsk,
y dime tú, Járkov:
¿Cómo comenzasteis
a hablar castellano?
Respóndeme, Ucrania:
—¿No guardan tus henos
la gorra de piel
de Tarás Shevchenko?
Amigo, de dónde
viene tu canción:
—¡Granada, Granada,
Granada mía!
Es un soñador,
lenta es su palabra.
—Hermano, en un libro
me encontré a Granada.
Su nombre es muy bello,
su gloria es muy alta.
Es una provincia
en el sur de España.
Me fui a guerrear,
dejando mi casa,
para dar la tierra
a los de Granada.
Adiós, mis parientes,
adiós, mi familia...
¡Granada, Granada,
Granada mía!
Íbamos soñando
para aprender pronto
la lengua de fuego
de las baterías.
El sol se elevaba,
cayendo de nuevo.
Se rinde el caballo
de andar por la estepa.
Pero en los violines
del tiempo, la tropa
tocaba con arcos
tristes “Manzanita”.
¿Dónde está mi amigo,
dónde, tu canción:
Granada, Granada,
Granada mía?
Herido, su cuerpo
se deslizó a tierra,
dejó su montura
por la vez primera.
Vi: sobre el cadáver
se inclinó la luna
y los labios muertos
dijeron: Graná...
El destacamento
no advirtió su pérdida.
Y vio “Manzanita”
el fin de la guerra.
Nunca más oyeron
los pueblos natales:
—Granada, Granada,
Granada mía.
Sólo por el cielo,
resbaló, despacio,
de lluvia una lágrima
al sol del ocaso.
Y nuevas canciones
inventó la vida...
No, no hay que afligirse
por ellas, muchachos.
No, no hay que, no hay que,
no hay que, compañeros...
¡Granada, Granada,
Granada mía!
Mikhail Svetlov, incluido en Antología de la poesía soviética (Ediciones Júcar, Madrid, 1974, versión de Rafael Alberti y María Teresa León).
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