sale desde el alba a recorrer el campo,
tras la tórrida noche en que los relámpagos
caían incesantes trayendo la frescura.
Y a lo lejos aún retumba el trueno
y el río vuelve a su cauce
y el suelo, refrescado, ya verdea
y en los pámpanos gotea la lluvia
bienhechora del cielo, y los árboles del huerto
brillan bajo un sol apacible:
así os veo, en clima favorable,
a vosotros, que no fuisteis educados
por un solo maestro, sino por maravillosa
y potente presencia de la Naturaleza,
bella divinamente con sus dulces abrazos.
Por eso, durante las estaciones
en que parece dormir en el cielo
o entre las plantas o en los pueblos,
la cara de los poetas también se entristece,
y aunque parecen abandonados
están siempre presintiendo el futuro,
pues ella misma duerme con presentimientos.
¡Pero ahora despunta el día! Lo esperaba
y lo vi llegar. ¡Que esta visión sagrada
inspire mi verbo! Pues la Naturaleza,
más antigua aún que las edades y más grande
que los dioses de Oriente y Occidente,
ahora se despierta con un fragor de armas,
y de lo alto del Éter al abismo,
conforme a las leyes fijas, como antaño
nacido del caos sagrado,
el entusiasmo creador siente
que vuelve a nacer.
Y así como un fuego brilla
en la mirada del hombre
que ha concebido un gran proyecto,
así este signo nuevo y las hazañas del mundo
hoy encienden una llama en el alma del poeta,
y las cosas que antes sucedieron,
cuyo sentido apenas adivinábamos,
recién ahora quedan reveladas.
Y en las que labraban nuestros campos
sonrientes y con apariencia de esclavo,
ahora reconocemos
a las vivificantes fuerzas de los dioses.
¿Preguntas tú por ellas? Su espíritu sopla
en el Canto nacido del sol del día
y de la tierra entibiada; de las borrascas del aire
y de otras borrascas preparadas
en las profundidades de los tiempos,
más llenas de sentido y más accesibles,
pasando entre cielo y tierra, entre los pueblos.
Los pensamientos del Espíritu común a todos
maduran silenciosos en el alma del poeta,
que acostumbrada desde antiguo
a lo infinito, se estremece con ese recuerdo,
y logra, inflamada por el rayo celeste,
el fruto nacido en el amor,
obra de los dioses y de los hombres:
el Canto, testimonio de unos y otros.
Así, según refieren los poetas,
cayó el rayo en la casa de Semele,
cuando quiso ver al dios con sus propios ojos
y entonces, divinamente herida,
parió al sagrado Baco, fruto de la tormenta.
Por eso, los hijos de la tierra
ahora pueden beber sin peligro el fuego divino.
Pero a nosotros, poetas, corresponde
estar con la cabeza desnuda bajo las tormentas
de Dios, y aferrar con nuestras manos
el rayo paterno, y brindar al pueblo
con nuestro Canto el don celestial.
Pues, si nuestros corazones son puros
e inocentes nuestras manos,
el rayo puro del Padre no nos consumirá.
Y hondamente conmovido y participando
en los sufrimientos de un dios,
nuestro corazón eterno resistirá con firmeza…
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Friedrich Hölderlin, incluido en Poesía completa (Titivillus, Epublibre, 2015, trad. de Federico Gorbea).
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Vaya canto! Atemporal.
ResponderEliminarY hasta de gran actualidad si me apuras.
EliminarEs la voz de una sofía que se dispone a cerrar una época del pensar. Deguiran por el camino de este grito los conceptos modernos de Kant, Fichte y Hegel. El hombre ha abandonado los dioses, ha superado al dios y ahora busca su propia libertad desde un llamado a diferenciarse respecto de sí que ya las musas promovían desde el Helicón. Es el último portavoz que manda hacia el cierre de la metafísica. A partir de este cierre todo lo que viene inmediatamente es es un desoir de la voz epocal que manda y destina la cosa del pensar.
ResponderEliminarAcertado comentario sobre este filósofo poeta.
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