Los paracaídas se despliegan
como un rosario
se enredan
como las flores marchitas de la correhuela.
Floto aislado en medio del cielo azul
¡Ah, qué soledad!
Nubes donde se reúnen
los granizos
y el trueno,
Los quitasoles van flotando
por el cielo donde moran la luna y el arcoiris
¡Qué frágiles son!
¿Pero adónde se dirigen?
¿Hacia qué destino van?
Y ese vértigo con que van cayendo
¿qué significa?
¿De qué equivocación?
2
Y esa tierra bajo mis pies ¿qué es?
...¡Es mi patria!
Qué felicidad: ahí nací.
País heroico
desde la antigüedad de los antepasados.
País de mujeres fieles.
Cáscaras de arroz, espinas de pescado,
risueñas hasta cuando se tiene hambre.
Disciplina.
Vestidos de humildes telas,
paisajes sentimentales.
Allí habitan mis amados compañeros con los que, más que nada,
puedo comunicarme perfectamente en nuestro idioma,
con quienes nos entendemos
hasta en lo profundo del significado del semblante.
Frente angosta, mirada concentrada, hombros esbeltos.
Los postes eléctricos están inundados.
Entre los aleros de paja
flamean las banderas del sol naciente.
Llueven las flores de cerezo.
Hay monumentos de piedra de vetas frescas
de valientes héroes.
Los aleros alineados de las personas decentes.
Banzai.
Fuziyama de porcelana.
3
Mientras bajo, oscilante,
cierro los ojos
y rozo el dorso de mis pies y rezo:
“Oh, Dios,
por favor, no te equivoques,
condúceme a la deliciosa tierra, a mi patria.
No me lleves hacia el mar tirado por el viento.
Que no sea como una ensoñación que se desvanece como el viento,
la tierra, allá abajo.
Que no me acontezca la tragedia de no encontrar
en donde caer, aun si,
traicionado por la gravitación de la tierra,
cayera abajo”.
Mitsuharu Kaneko, incluido en Antología de la poesía moderna del Japón (1868-1945) (UNAM, México, 2010, selec. y trad. de Atsuko Tanabe).
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