Un romano, entusiasta de los ladrillos
y el mortero, está caminando por Cankurtaran. Y, si no es un romano,
entonces le obsesiona vivir sobre los escombros de la civilización.
“Nadie creería que hay ciudades debajo de esta ciudad”, nos dice
mientras una derruida casa de madera resiste a los edificios de
hormigón. Y, si no es un romano, es una ruina por doquier. Y si no
es un romano, es una de las viviendas antiguas de Estambul que
parecen mariposas atravesadas con un alfiler sobre el trasfondo
urbano. Y si no es un romano, entonces es el resto de una historia.
Pero no, no es un romano. El que está caminando nunca es lo
antiquísimo que espera una demolición. El que está caminando nunca
es un esqueleto pardusco que, con sus pasos, llena de hollín lo que
fue construido antes de que él naciera. El que está caminando sabe
que todos los imperios se están cayendo aquí. Todos y cada uno de
ellos están a la altura de los omóplatos de este hombre no
ocurrido. El que está caminando tiene un porvenir brillante y la
muerte se le ha atrasado.
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