como sale una dama de su casa una tarde de verano;
yendo de aquí para allá;
sin rumbo, según parecía,
excepto vagar por ahí
en un caprichoso deambular
que los tréboles comprendían.
Su bonita sombrilla fue vista cerrándose
en un campo donde los hombres segaban heno;
después, luchando denodadamente
contra una nube adversa;
y allí donde otras, delicadas como ella,
parecían no ir a ningún lugar
en una circunferencia sin propósito,
como un espectáculo tropical.
Y mientras la abeja trabajaba,
y mientras la flor celosamente brotaba,
esta holgazana multitud
las desdeñaba desde el cielo.
Hasta que el ocaso se extendió,
una constante marea,
y los hombres que segaban el heno,
y la tarde, y la mariposa,
desaparecieron en el mar.
Emily Dickinson, incluido en El viento comenzó a mecer la hierba (Titivillus, Internet, 2016, trad. de Enrique Goicolea).
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