aun traspasado acerbamente el seno,
no se mostró indignada contra su hijo
por no ensoberbecerle. Mas guardando
dentro del corazón aquella herida,
se mordió el dedo, y dijo: «Te la guardo.
Por esta vez con el dolor ajeno
no quiero oscurecer tanta alegría».
Volvió la vista luego al monte, donde
la zarza que la hirió en el pie se hallaba,
se detuvo un momento a verla, y quiso
saludar a su flor antes de irse;
y al verla aún mojada y destilante
allí purpureando, así le dijo:
«De ultraje y daño el cielo te proteja,
fatal razón de mis felices cuitas.
Rosa, risa de amor, hija del cielo,
rosa que se ha hecho roja con mi sangre,
precio del mundo y prez de la natura,
hija virgen del sol y de la tierra,
de ninfa y de pastor gozo y cuidado,
honor de la odorífera familia,
de la hermosura tienes la alta palma,
sublime sobre el vulgo de las flores.
En bello trono emperatriz altiva,
en la natal ladera te aposentas.
Graciosa y lisonjera turba de auras
en redor te corteja y te secunda,
y de guardias punzante fila armada
te rodea y de todo te defiende.
Y de tu regia fama envanecida
llevas áurea corona y manto tirio.
Púrpura del jardín, pompa del prado,
ojo de abril, joyel de primavera,
de ti las Gracias y los Amorcillos
con collares se adornan y guirnaldas.
Tú cuando vuelve al alimento usado
gentil abeja o céfiro gracioso,
en taza de rubí beber les haces
rociados licores cristalinos.
El ambicioso sol no se envanezca
de triunfar sobre más pequeños astros,
pues tú entre las violetas y jazmines
tus pompas muestras bellas y soberbias.
Tú eres con tu hermosura único y solo
esplendor de esta tierra, y él de aquélla;
él en su esfera, y tú sobre tu tallo,
tú sol en tierra, y en el cielo él rosa.
Y conformes se harán vuestros quereres,
de ti el sol, y tú de él seréis amantes.
Él de tus galas, y de sus despojos
en su levante vestirá la Aurora.
Tú ostentarás en hojas y en cabellos
su librea dorada y llameante;
y para que lo imites plenamente
un solecillo siempre habrá en tu seno.
Y pues de mí, por tal servicio, ahora
algún precioso don debe esperarse,
tú has de ser entre todas las de Flora
mi favorita flor, mi preferida.
Y a la mujer más bella que honre el mundo
quiero que bella solamente llamen
mientras orle sus labios y mejillas
con tu vivaz color».
Y más no dijo.
Giambattista Marino, incluido en Antología esencial de la poesía italiana (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1999, selecc. de Luis Martínez de Merlo, trad. de Antonio Colinas).
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Es toda una preciosa Oda a la rosa en un lenguaje tan elegante y amoroso
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