La lujuria está en el origen del Hombre. (Hijo mío, lo dice la tabla pitagórica.) Pero uno no debe exhibir el grito de sus genitales, porque los psiquiatras siempre aciertan en el peor de los casos. Y, además, el fuego sagrado de la ilusión lo alimentan a placer los falocriptas.
Pisón, Gihón, Heddekel, Eufrates: gloriosos auspicios! Todo hacía presentir el aura indemne, la luz paradisíaca exenta, la genesíaca reiteración del primigenio asombro: la inicial maravilla.
Perola flor de las entrañas bebe amor en los pechos de su madre
y el ojo clínico, avizor, involucra su lente.
(Sin embargo, que la ciencia no investigue.
Eludid el odioso regodeo de los psiquiatras.)
«Toda cabeza está enferma, y todo corazón, doliente.» ¡Intelecto, creador de lujurias! ¿Quién tañe el pífano de sus melancolías? Ortodoxia de flautas, ¡qué triste! Secuela del venusto furor.
Que no se encone tu pasado, que es mito. Cáncer de la suspicacia. Úlcera del fulgor increado. Edipo, ciego, se alimenta de lotos.
Cuando esté a punto de decaer tu semblante, y antes de que la saña germine en tu corazón, vomítale a Jehová tu primogenitura de lentejas. Sea tuya la justicia de las calaveras que ríen, pero no descubras la desnudez de tu madre.
Científico numen: si las vitaminas del bien y del mal corroboran idóneamente,nada más bello que comer manzanas.
Dientes blancos y azules, ¡voraces!
Pero hay que sigilar el módulo paradisíaco.
Uno no debe hablar mal de un padre, de una madre, y está prohibida la fruición del incesto.
(Tabú, dime tu nombre.
¿No eres el complejo de la neurosis originaria?)
Juan José Domenchina en Dédalo (1932), incluido en Poesía de la vanguardia española (Taurus Ediciones, Madrid, 1981, selec. de Germán Gullón).
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