estaba, como en una primavera
primera, de menuda floración,
en este niñodiós que me esperaba:
el mismo niñodiós que yo fui un día,
que dios fue un día en mi Moguer de España;
mi dios y yo que ya soñábamos con este hoy.
Al fin lo tuve.
El sueño no fue sueño, era distancia,
y de ella venía la fragancia,
la fragancia que yo, que dios en niñodiós, los dos
le dimos en botón de primavera.
Ella se dilató y hoy llena un mundo
que yo ensanché para este niñodiós.
¡Qué infancia universal, qué yo de dios
de todo el mundo en este niño!
Tú, mi dios deseado, me guiaste
porque tú lo soñaste también; tú, niñodiós,
eterno niñodiós;
soñaste que por ti yo fuera dios del niño
y niño me dejaste
para que siempre el niño fuera mío.
¿Qué alegría mayor
pudo pensar mi sentimiento?
Que no bastaba el puro pensamiento
para pensar al niño; necesario era
crearlo en un florecimiento
de primavera,
en la menuda flor de la ladera,
la flor en luz del puro sentimiento.
Por eso vive en flor menuda,
en flor del niñodiós, florecilla desnuda,
y en flor del niñodiós desnudo yo lo siento.
Juan Ramón Jiménez, incluido en Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000) (Galaxia Gutenberg Círculo de lectores, Barcelona, 2002, selecc. de Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, Blanca Varela y José Ángel Valente).
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