Dejando abierta de par en par la puerta de la casa encalada
el hombre corre a la cima de la colina,
ahí con la mano se protege la vista del sol vespertino
y escudriña el mar. A su espalda, una mujer
sostiene abierta una cortina, pero cuando él voltea
y niega con la cabeza ella deja caer la cortina.
Camina hacia el espejo debajo de la bandera
y busca en su rostro los signos del cambio
que su cuerpo le dice ha comenzado.
El hombre cierra la puerta y se sienta a la mesa
en la que los huesos de un pollo están regados en dos platos.
Él piensa en sus amigos que en el Atlántico
ascienden por la costa occidental, cargados
con paquetes cuidadosamente envueltos para su establo,
que ningún caballo usa. Piensa en su país,
y en cómo sus amigos y él, con la ayuda
de esos paquetes, comenzarán a enderezarlo.
Llama a la mujer y le toca el vientre,
y le pregunta por qué cree que el barco se ha demorado.
Corre él, ella también está acosada por una imagen:
el barco, lampareado, en aguas francesas o españolas,
rifles apuntándole, una boca tras un megáfono.
Como él, ella no externa su temor,
en vez de eso le pide que regrese a la colina
bajo la escasa luz, para vigilar el sol rojo
que se hunde en las aguas por lo demás vacías,
mientras ella sigue sentada en la habitación a oscuras,
pensando en el país en el que crecerá su hijo.
Matthew Sweeney en Blue Shoes (1989), incluido en La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas (Trilce Ediciones, México, 2000, selec. y trad. de Carlos López Beltrán y Pedro Serrano).
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Uff... Irlanda.
ResponderEliminarDebe de ser bonita.
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