Las manos españolas son jóvenes, dolientes.
Capturadas por hombres conspicuos y seguros,
en sus propias granjas
abatidas se mantienen firmes. La hombría
no se ha hecho aún dueña de su joven materia,
y en sus formas
se muestra la dificultad de la tierra duramente abierta.
Serán fusilados. Los fusiles apuntan a los ojos sin blanco
que oscurecen recuerdos. Cada estación terrena
que tenía su signo en las manos
y los frutos terrenos convertidos en fútiles.
Aquellos grupos cándidos sin trueques, los muros y los árboles de su paisaje habitual
no habrán de dar testimonio de su muerte.
La pala arrojada al suelo, herramientas del campo
a diario colegas de sus manos, apartadas;
y cogiendo instrumentos
de otras especies y con otro empleo,
se alzaron contra el ansia sin nombre de la muerte,
moviéndose como los inviernos que cruzarán su tierra,
para volverse ellos mismos devastada cosecha
y fruto arruinado:
sabiendo que en el curso de los años
para ellos no vendrán otros momentos,
la armonía de su vida y su verano, ponderada entre ramas fusiles.
L. J. Yates, incluido en Poesía anglo-norteamericana de la Guerra civil española (Junta de Castilla y León, Salamanca, 1986, ed. de Román Álvarez Rodríguez y Ramón López Ortega, trad. de S. G. Fernández-Corugedo).
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