Por maltrecha que esté la nave en que me embarque,
para mí será siempre símbolo de tu Arca,
y cualquiera que sea la mar que me devore,
sus ondas me serán símbolo de tu sangre.
Aunque los nubarrones de tu ira
me oscurezcan tu rostro, yo, a través de la máscara,
reconozco tus ojos, que a veces no me miran,
mas yo sé que no pueden despreciarme.
Yo te ofrezco esta isla en sacrificio,
con todos los que amaba y me amaban en ella.
Cuando entre ellos y yo ponga mis mares,
entre tú y mis pecados pon tu mar.
Como corre en invierno la savia de los árboles
a buscar las raíces soterrañas,
así voy yo en mi invierno donde nadie,
sino tú, raíz eterna
del amor verdadero, me conozca.
Tu religión ni tú no gobernáis
el amoroso impulso de un alma melodiosa;
pero ese amor lo exiges para ti todo entero.
Celoso eres, Señor, y como tú,
soy yo celoso ahora. Tú no me quieres, no,
pues que a fuerza de amor no libertas mi alma,
que sólo quien da siempre, quita la libertad.
Si no te importa en quién pongo mi amor,
¡ay!, es que no me quieres.
Sella, pues, mi divorcio
de todos los que un día recibieron
los rayos de mi amor, amortecidos.
Y despósate tú con los amores
que malgasté de joven con la Fama, el Ingenio, la Esperanza
(desleales amantes).
En los templos sin luz
brota más recogida la plegaria.
Para ver sólo a Dios me aparto de otros ojos.
Y para huir los días tormentosos
quiero vivir la noche perdurable.
John Donne en Dinive Poems (1633), incluido en Poetas ingleses metafísicos del siglo XVII (Editorial Acantilado, Barcelona, 2000, selec. y versión de Blanca y Maurice Molho).
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