Lloré al paso de las perdices en bandada,
libres, sin cárcel, no lastradas por grilletes,
y no fue, Dios me libre, de pura envidia,
que fue melancolía, ¡si me pareciera a ellas!
y volase suelto, sin la familia dispersa,
y las entrañas en carne viva, ni hijos muertos
haciendo manar el llanto de mis ojos.
¡Tengan buena suerte! que no se rompió su grupo
ni saboreó ninguna la separación de los suyos,
que no han pasado —como yo— la noche,
el corazón en un puño, a cada estremecerse
de la puerta de la cárcel, o gemir de los cerrojos.
Y no es esto algo que haya discurrido.
Sólo describo lo que desde siempre alberga
el corazón del hombre. Mi alma anhela
el encontronazo con la muerte;
otro quizás amaría la vida cargado de grilletes.
Que Dios preserve a las perdices en sus crías,
que a las mías las traicionaron el agua y la sombra.
Muhammad ibn Abbad al-Mutamid, incluido en Treinta poemas árabes en su contexto (Ediciones Hiperión, Madrid, 2006, selec. y trad. de Jaime Sánchez Ratia).
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