Bajaba por los días amarillos,
a dos pasos del nombre de las cosas,
con la sombra arrancada a los caballos
para que el campo hiciera sus eclipses.
Bajaba alrededor de los augurios,
de la acacia gorgona,
de la ardilla que roe su equilibrio,
del girasol apuntalado en géminis.
Bajaba por los días amarillos,
bajaba por los ojos del reptil,
a los cañaverales, a los lagos,
no muy lejos del curso del salmón,
que salta por el pecho de tinaja
de unos ríos que al madurar se llevan
la sed de quien imaginó los puentes.
Yendo hacia las casas,
crece una luz mestiza de portales,
y en la ropa de todos los que cruzan
hay rozaduras blancas de los muros,
restos de estrella en la pared fugaz
para que se constele nuestro paso.
Y el cáñamo trenzado en las persianas
hacía esbelta la inicial del sol,
zumbadora la cuerda
de un verano sembrándose en los grillos,
más firme y terco el pie
con el que dan comienzo las montañas.
Bajaba por los días amarillos,
como el último aceite del invierno,
salpicado en las lámparas
que buscan entre el sueño de las gentes.
Bajaba por el mirto,
por la oración que colma los tejados.
Bajaba hacia el silencio,
Limpio como la encía del herbívoro,
Que bebe sin dejar
filamentos de sangre en los arroyos.
Ramón Andrés en La amplitud del límite (2000), incluido en Caravansari. Revista de poesía contemporánea en lenguas peninsulares y árabe (nº 1, primer semestre de 2006, Associació Cultural Caravansari, Barcelona).
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