Mira, por tercera vez el verdugo
limpia de sangre y de humedad su espada
y se encienden tres llamas rojas
en el trapo que ha usado;
pero yo no tengo cabeza y estoy muerto
cuando por sexta vez una llama
se alumbra, se alumbra
en el trapo del verdugo.
Nos arrodillamos, nosotros, veinte hombres,
con la cabeza estirada,
y tendré que ver la reluciente espada
cortar la cabeza a cinco;
pero la sexta, la sexta vez,
cuando el tiempo se va haciendo mortalmente largo,
el ojo se ha cerrado,
todo ha pasado.
Ahora por cuarta vez el verdugo
limpia su espada con el mismo trapo,
mientras el número cuatro se derrumba
y la sangre brota
y el verdugo se acerca más;
entreveo la empuñadura de su espada,
el ala de un dragón en
el anillo de la empuñadura.
Entonces vuelvo un poco la cabeza
y lo veo amenazador grande y gris
cabeza afeitada y coleta desnuda
contra el cielo azul.
Veo cada simple pelo que nace
en la nariz y cejas del verdugo.
Ahora veo y veo
cada vez más y más.
Ahora por quinta vez el verdugo
seca la sangre y humedad de su espada,
y la cabeza del número cinco
se ha detenido junto a su pie;
pero el tiempo se demora infinitamente
antes de la sexta vez, la sexta.
Ya no creo que
vaya a pasar nada más.
¿Se ha parado el mundo para siempre?
¿Está la espada llena de humedad?
¿Le estará sacando brillo el verdugo eternamente
para no tener que usarla jamás?
La nuca me duele sin parar y el dolor
me lanza una vertiginosa corona
a la carne del cuello.
¿Estaré quizá muerto?
No, el verdugo todavía está mirando
el cortante y resistente filo de la espada.
Entonces da el paso siguiente
y se detiene —mide— retrocede un poco.
Veo un escarabajo caminando confiado
con el verde metálico de su abovedada espalda,
va caminando hacia
un pie del verdugo.
Tom Kristensen en Paafuglefjeren (1922), incluido en Poesía nórdica (Ediciones de la Torre, Madrid, 1999, ed. y trad. de Francisco J. Uriz).
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