estoy sobre las nieves al borde del abismo.
El águila se eleva de la lejana cumbre
y suspendida, inmóvil, acompaña mi paso.
El rápido brotar de los torrentes veo
y el desprenderse brusco de terribles aludes.
A mis plantas caminan apacibles las nubes,
a través, murmurando, saltan las cataratas,
bajo ellas los bloques desnudos de las rocas
abajo débil musgo y secos matorrales,
más allá los boscajes y las verdes praderas
donde cantan los pájaros, donde los ciervos corren.
Lejos, cuelgan los hombres su nido en la montaña,
al borde del abismo caminan las ovejas.
El pastor las conduce hacia risueños valles
donde corre el Aragba entre umbrías riberas.
El jinete se esconde por el desfiladero
en que el Terek se lanza con salvaje alegría,
y ruge y juguetea como una fiera joven
acechando la presa tras la jaula de hierro.
Y lucha en la ribera con un furor inútil
mientras lame las rocas con sus olas hambrientas.
Pero no encuentra presa para arrojarse alegre,
que le circundan mudos los bloques de granito.
Alexsandr Serguéyevich Pushkin, incluido en Poetas rusos del siglo XIX (Ediciones Rialp, Madrid, 1967, selec. y trad. de María Francisca de Castro Gil).
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