Vino a pararse en una negra noche;
negras nubes viajeras,
maleza negra que se pliega
al peso de los aéreos crespones.
Pálido el rostro bajo el pelo negro,
las manos retorciéndose y la boca:
un alarido preso en rictus fiero;
le sube negra soga
del corazón hecho un infierno
que de pronto la ahoga.
Llegó ella con el viento, las nubes y los árboles;
pero la rodearon los negros nubarrones del desastre.
A orillas de las negras, vastas aguas
se quedó parada.
Y en ese punto, al árbol centenario
le llegó ya el presagio.
Y al viento y a las nubes les dio un pasmo:
si lo hubiesen sabido
no la habrían guiado
hasta aquí, no, no, jamás la habrían traído;
y todos se han quedado inmobles:
los brumosos rebaños,
y el viento, y el follaje de los bosques,
y las oscuras ondas del gran charco;
y los padres, y los antepasados,
se pusieron de pie en las quietas nubes
rigurosamente ensotanados
desde el cuello a los pies;
y los hijos que habría querido dar a luz
vinieron a rodearla
arrimados a un árbol —que habría sido cruz—
pequeños y sin habla;
y aquello de que había gozado
toda su vida,
vino cerniéndose desde lo alto
con claror lívida,
como un pájaro o flor de gran envergadura:
la campana sonora, la gloria de su voz
con la que vino al mundo, suspendida
en la altura, sonando vastamente, se quedó.
Y ninguno de los niños y ancianos,
ni siquiera la voz que iba cantando
por encima del bosque en plena noche,
podía haber pensado que esa dote
había sido la única creatura
de su existencia
que seguía implorando como oveja
su compañía.
Su voz había sido la llar única
para sus manos
cuando volvía del país humano
fría y asustadísima,
la voz que ahora sonaba a los balidos
de un cordero perdido
había sido en vida
—vida de sueño— su fresca bebida.
Pero ella se arrojó
y a su remolque
le siguieron los niños y los sones.
Y todo se embarcó
y se sostuvo un tiempo; el agua negra
despedía el destello de sus gemas,
quebróse el corazón, y en el naufragio
se hundió, lo último, su mano de topacio.
Hermann Gorter, incluido en Antología de la poesía neerlandesa moderna (Ediciones Saturno, Barcelona, 1971, selecc. y trad. de Francisco Carrasquer).
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