Y también fuimos a ver a una compañera de clase de mi esposa en west-chester
nos acordamos de las amigas yo pensaba que me aburriría como una ostra
pero la conversación pronto se agotó y toda la tarde
estuvimos dándonos sablazos al monopoly a centavo el billete de cien
la cajera de la farmacia traía con el ruido de sus pasos
twinkies y café en una taza de snoopy desde la cocina
dios era fea hasta tal punto
que daba escalofríos y había que desviar los ojos por compasión
después el gato entró contoneándose por la gatera
no era de raza pero sí astuto y tenía un porte arrogante
la cajera era de una confesión carismática
al cabo de medio año llamó convocando a la boda
estuvimos sentados sin bailes charlamos de esto y de aquello
cantamos himnos cogidos de las manos
ella conoció al marido después del seminario con entusiasmo
irán juntos a cursos y misiones en camerún
al principio papuchi estaba triste por la falta de alcohol
después se puso las botas a escondidas para que la envidia
no incordiase y de mí todos sabían que soy ruso
nos presentaron al reverendo sonreían cordialmente
el reverendo relató con vehemencia cómo todo el cielo y la tierra
atienden sus plegarias en los cinco continentes
y le regalamos una cortina para la ducha
con ángeles con instrumentos musicales
de camino a casa ella compró un pastel
con lágrimas de alegría alimentó a su marido con las manos
mientras yo reflexionaba acerca de este dios que
así nos lleva por todos los camerunes del mundo
Alekséi Tsvetkov, incluido en La hora de Rusia. Poesía contemporánea (Visor Libros, Madrid, 2011, trad. de María Ignátieva).
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