La poesía de Luis Luna se ha caracterizado hasta fecha reciente por la búsqueda de la levedad, la transparencia y una expresión de la experiencia poética muy ceñida, que no es, por supuesto, voluntaria, intencionada, sino necesaria y realmente sentida. Se vale, no exactamente de las menos palabras posibles, sino de las necesarias, que surgen de manera fluida y natural. Versos que brotan en un presente que queda fijo en el poema. Los giros y sorpresas que nos deparan los versos y las aparentes contraposiciones de las que sale la luz, abren al sorprendido poeta nuevos espacios. Luís Luna percibe la incapacidad de las palabras para expresar por sí mismas lo inefable, y les da la vuelta. Como escribió en anterior ocasión: “Aquí / la luz recibe nombres / que exceden / el lenguaje”.
En este nuevo libro (Umbilical. El sastre de Apollinaire, Madrid, 2012) podemos comprobar que, si bien sigue, fiel, en esta línea, ha dejado atrás una primera etapa y desarrolla una profundización que todo verdadero poeta entiende o adivina que no tiene término. Los poemas son muy breves, como vislumbres fugaces pero penetrantes: relámpagos, que recibimos en ocasiones como golpes en pleno rostro. Y no los da el poeta, sino que es él mismo quien los recibe, y nosotros, en el momento de leerlos. Suponen descubrimientos de hechos o situaciones desconcertantes, o de obstáculos que cortan el camino e, impidiéndonos ver con claridad, nos incitan a hacerlo. El ver, entonces, consiste en percibir su imposibilidad. Se adivina que la solución está en un otro lado: “Las manos del hombre -leemos- están atadas a un centro que todavía no conoce, que no es capaz de intuir más que en el gesto insomne del espejo”.
La sensación es de desconcierto, de desolación, de angustia, que no impide al poeta seguir adelante. El poema completa su sentido a la luz del libro en su conjunto. Los versos “Desolación y piedras / conforman un paisaje / que llamas / tu interior”, por ejemplo, podemos entenderlos como evocación del interior del poeta o, mejor, como zona donde el poeta busca “una rama”, un “asidero”, a donde agarrarse. Esa zona, a la que no sabemos dar nombre, se percibe después de que se haya desvanecido la membrana que separa el interior y el mundo exterior. Ahí, todo cobra un significado distinto a lo que conocemos. Luz y oscuridad, temor y gozo, orden y un sentirte al borde del caos, ya no son contrarios.
La mejor poesía, en mi opinión, se escribe, y se lee, en esta situación. Y es signo de acierto poético que, a pesar de ello, se dé impresión de transparencia. Sin duda, debido al acierto en el lenguaje. Las sensaciones, tan lúcidas como oscuras y ambiguas, cobran luz en las palabras empleadas y en su asociación. En este lenguaje, la palabra cobra un valor autónomo que no es el usual de la vida cotidiana, y cada palabra adquiere una fuerza especial. Son el “asidero”, la “rama”, que buscaba el poeta para aferrarse.
El poeta percibe “La palabra abandono / como un pájaro oscuro / posado sobre nieve y bajo la tormenta. / La palabra abandono. / Su intemperie”. Esto puede inducirnos a preguntarnos que de quién. Lo verdaderamente trágico -porque éste me parece el término adecuado- es que no exista un quién. Y el poeta lo sabe. De ahí la sensación de absoluta soledad. “Nadie dice el porqué de las hojas. Las miras desparramadas en un orden que sólo / la lluvia reconoce”.
El espacio de la poesía es el lenguaje, que es también vehículo, pero de ninguna manera sólo o preferentemente el verdadero protagonista, porque éste es una condensación de diversos factores, algunos de los cuales son difíciles de reconocer y nombrar. El poeta, en ese trance, suerte de bosque o desierto, espera un “signo en un lenguaje que no sea fragmento”. Misión suya es la recomposición de esa totalidad de una lengua que ha de crear por sí mismo.
Ciertamente, la realidad se nos presenta, en la vida cotidiana y también en el umbral del poema, como fragmentaria. El poeta no se conforma con hacer de todo ello un collage, porque aspira a la integridad. Luís Luna hace aparecer en numerosas ocasiones el término “lenguaje” y nos hace notar el “resquicio” o “hendidura / que el lenguaje permite” y sabe ver que “Más allá de tu muro no hay lenguaje. / Sólo sílaba rota”. De acuerdo, así, con Wittgenstein, cuando afirma que “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. El muro es, en la visión del poeta, la muralla que encierra el mundo, tal como es percibido. Y ese mundo cerrado se presenta de entrada descompuesto. Si, en el párrafo anterior, escribíamos que misión del poeta es la recomposición de una lengua que ha de crear por sí misma, lo es también, correlativamente, la de recomponer el puzzle que es el mundo.
La obra de arte es, en general, construcción y destrucción. Y ambas son una misma acción y un mismo resultado. Por el acento que puede ponerse a menudo en la destrucción esta poesía puede hacernos pensar en el barroco español. Aunque el bagaje cultural sea amplio y rico, partimos de una tradición determinada, con rasgos y un peso especial. Y a pesar de ello, y de que todo poema, toda obra artística, se realice fuera del tiempo, se aprecia también la huella y el eco de la situación del presente, con sus tribulaciones, su inseguridad, que incrementa las que son propias del ser humano, como la angustia y la sed de absoluto. Lo expresa explícitamente el poeta: “Sellas fisuras / huecos / frases / fragmentos. Cerco de nieve pisada, lenta abertura sobre / piel / que se resiste a la quebrantadura”. Todo, como parte de una construcción que es al mismo tiempo destrucción en que la visión de lo real y el lenguaje se identifican.
Esta doble acción sobre lo real significa el cuestionamiento del yo: del yo poético y, en el fondo, del yo del poeta como ser individual. El poeta se ve a sí mismo escribiendo el poema. Además de que, en mi opinión, siempre sea así, este poeta lo expresa en sus versos: “Estás en ti / y al mismo tiempo al lado / como un testigo incómodo”. Claro que, en la culminación del poema, observador y observado desaparecen en el poema mismo. Y todo, en plena y dura soledad: “Soledad de este cuerpo de nadies disputándose un cuerpo”.
Umbilical, libro tan complejo como claro, nos incita a seguir el camino abierto en el muro que “apuñalas” “con el cuchillo dulce del silencio / la sílaba”. Con su título se sugiere el descubrimiento por la poesía del esencial nexo que une al poeta y al lector con la realidad. Es, ésta, misión del poeta, que cumple Luis Luna con una poesía lúcida y penetrante, de versos transparentes, que constituye un gran paso adelante en su aventura poética.
Poemas de Luis Luna y artículos sobres su obra
El poeta se ve a si mismo en el poema, y quién no sé ve a si mismo aunque no sea pensador, quien no refleja un poco de su historia en cada pensamiento, imposible no hacerlo, si te adentras en lo que escribes, lo sientes como lo que es, tu propio mirar, caminas y observas, inventas, escribes y vivis, eso pienso.
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