Mi abuelo me enseñó a plantar árboles.
Me decía: un sauce necesita
beber más agua, Andrés, que tú o yo,
y sus raíces
no deben, al principio, ser demasiado hondas;
en ocasiones crecen muy deprisa
y otras veces parecen estancarse
en la tierra, temerosos del aire...
Hoy no queda ni abuelo ni país
ni tampoco ese niño, pero queda
aquel sauce encorvado al que -me digo-
Andrés, hay que cuidar,
y esas raíces frágiles,
ese miedo a la altura de la vida.
Andrés Neuman, incluido en Pasar la página (Ediciones Olcades, Cuenca, 2000).
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El amigo invisible, El jardinero
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Bien por Andrés Neuman y gracias a ti por compartir a este feliz asambleario de la palabra. Coincido con el poeta. En mi caso he aprendido más de la naturaleza a través de los seres queridos que de la literatura (y no es menoscabo); uno de ellos ya fallecido, aunque mucho no escribía, me enseñó más que Proust (aunque sigue gustándome): leía en el cielo, en las mareas y en las raíces. Una cosa es la literatura y otra la poesía, ¿verdad?
ResponderEliminarUn abrazo.
Antonio.
A Andrés lo leí hace muchos años y me gustó entonces este poema. No es uno de mis favoritos. Y sobre si es literatura o no, pues, madre mía, mucho se ha escrito sobre eso y no se ponen de acuerdo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un poema sencillo y de sabor tan entrañable!
ResponderEliminarGracias por compartirlo. Un abrazo
Efectivamente, sencillo. Un abrazo.
ResponderEliminarYa lo creo que hay sustancia poética. Y me encanta la simbología a través del sauce, que en el catalán de Valencia -contagio y etimología popular- se llama "arbre plorador" (árbol llorón") y "arbre explorador" (árbol explorador). Y, sí, tiene algo de tristeza y búsqueda. Mirarlo siempre me relajó...
ResponderEliminarUn barazo, Paco.
Pere