El problema por tratar será la relación entre el poder y la palabra ante la tortura en la obra dramática Pedro y el capitán, del uruguayo Mario Benedetti (1920-2009). La hipótesis que se maneja es la siguiente: ¿Es la palabra un procedimiento liberador ante los sistemas que detentan el poder político? Se propone una lectura socio-ideológica que configure una cosmovisión, tanto textual como socio-histórica, en relación con el tejido textual expuesto en la pieza teatral Pedro y el capitán, de Mario Benedetti.
El trabajo contendrá un acercamiento teórico sobre el enfoque de los textos que versan sobre la tortura o la persecución, además, se incluirán marcas textuales para la mostración del discurso teatral benedetiano, con el objetivo de ejemplificar las afirmaciones contenidas en el trabajo. Así mismo, se hará algunas consideraciones finales. No se establece secciones por cuanto lo que se pretende es reflejar la integralidad temática descrita. Los seres humanos han estado sometidos, desde su existencia, a la esfera del poder; el cual varía en su dimensión, pero está latente, sin esconderse, porque se evidencia como una estructura cerrada. Los alcances del poder propician una alienación mediante el horror y el absurdo, contra el ser individual dentro del factor colectividad.
Es clara la dualidad entre el ser y el deber ser: “El poder queda definido como la capacidad de influir en las conductas, de cambiar el curso de los acontecimientos, de vencer resistencias y de conseguir que la gente haga algo que de otro modo no haría” (Pfeffer, 1993: 28).
En Pedro y el capitán, de Mario Benedetti, se evidencia que el sistema político -el capitán- detenta el poder y lo ejerce contra aquellos individuos que no se suman a él, por el contrario, tratan de afirmar su derecho de conciencia. El capitán es arbitrario, inhumano, cruel; persigue un objetivo, que Pedro -el reo político- hable: “Vos hablás, cuanto antes mejor, así no tenemos necesidad de amasijarte” (bid.p, 27). El largo silencio mostrado por Pedro es un tiempo sicológico que, poco a poco, irá minando la resistencia del capitán, y, consecuentemente, provocará el resquebrajamiento del sistema represivo.
Para Foucault: “el poder no se tiene, se ejerce (…) Foucault dirige su mirada no al poder en sí, sino al cómo se ejerce, a lo que sucede cuando los individuos ejercen su poder sobre otros” (Amoretti, 1992: 89). Es decir, hay una microfísica del poder, ya que este se relaciona con el saber. En la medida que el capitán obtenga la información del preso, en esa dimensión triunfará él, al igual que su sistema opresivo. La búsqueda estriba en el saber las respuestas del recluso, no importa los procedimientos por utilizar. El ensañamiento del capitán contra Pedro es un proceso de aniquilamiento síquico. Su palabra es la del victimario: “los castigos van siendo progresivamente más duros. Y al final todos hablan” (ibid.p, 18). El militar establece un mecanismo para vencer al victimado. Es una contraofensiva lingüística: “el único silencio que yo justifico es el de la primera sesión. Después, es masoquismo” (ibid.p, 19). El verdugo menciona el silencio por primera vez, marca semiótica que será decisiva como un vacío de la palabra, como una ausencia que hará posible la derrota del sistema represivo.
El capitán coronel no tiene nombre ni apellido, con ello, se hace alusión a su rango dentro de la jerarquía castrense. En el texto, el dramaturgo da un máximo de conciencia posible al lograr la redención del reo, quien no habla ni da ninguna información sobre sus compañeros y compañeras de causa. La humillación del capitán es clara: se postra ante el reo, para suplicar, pedir y rogar: “¿va a decirme un nombre y un apellido? ¿va a decirme solamente eso?” (ibid.p, 87). Se observa, entonces, el poder mágico de la palabra, pero el silencio de Pedro es un vacío semántico que tiene un fin específico: aniquilar la fortaleza síquica del victimario.
La sala de interrogatorios es un espacio cerrado que condiciona ese micromundo de autoridad. Es un reflejo desolador; cronotopo de angustia, desde el castigo es “un modelo compacto del dispositivo disciplinario” (Foucault, 1976: 20). El capitán conmina al reo para que hable, porque este le cae simpático; él se valora como bueno, pero es un doble discurso. La culpabilidad la transfiere el capitán al sistema de autoridad: “estamos dispuestos –no yo, en lo personal, digo, nosotros como institución- a romper no solo la crisma, sino los pulmones, el hígado y hasta…” (ibid.p, 24). Es una crueldad sistematizada. Es la lucha entre el individuo y el cuerpo inquisitorial.
En Los rituales del poder se lee que la dimensión inquisitorial es dada por una “serie de microsemióticas que conectan al texto con un ambiente cerrado, de intolerancia, persecución, celo, vigilancia y represión contra todo aquel (a quien) se le sospeche” (Ramírez Caro, 1997: 2008). En el texto de Benedetti, el capitán es recurrente en la amenaza contra Pedro, acerca de los dispositivos con que cuenta el sistema para hacerlo hablar: la picana, los subordinados (bestias), la deformación profesional (referencia despectiva a la familia), la perforación de la esposa en presencia del acusado, etc. El cuerpo operacionaliza, además como un blanco de poder, basta repasar todas las partes corporales que son puntos por atacar con crueldad: rostro, uñas, abdomen, riñones, pulmones, huevos y largo etcétera.
Todas las estrategias para hacer hablar al reo Pedro, Rómulo o Pedro Nada Más, no dan ningún resultado por el tono contestatario del recluso, quien monta su propio juego de palabras (su propio poder) para ir minando la sicología del victimario, cuando se declara “técnicamente muerto”; a partir de allí descalifica el discurso del sistema, por cuanto él se minusvaliza, se degrada como un “loco” y focaliza todo un proceso de ironización que minimiza, tanto la agresión, porque es contra un muerto, como la palabra del poder. Pedro: “Le comunico que se ha cagado usted en un cadáver, y eso, en cualquier parte del mundo y bajo cualquier régimen, constituye una falta de respeto” (ibid.p, 56).
La estructura socio-ideológica de esta pieza teatral refleja las estructuras sociales y las variantes semánticas del texto, desde la óptica binaria del poder, como puede observarse en las siguientes dicotomías, inferidas a partir del texto benedetiano, a saber:
VICTIMADOR VICTIMADO
Capitán coronel (jerarquía) Pedro/Rómulo/Pedro nada más
Anticomunista Revolucionario
Habla Guarda silencio
Suplica Se mantiene firme
Arriba Abajo
Sistema Individuo
Libre Amarrado
Uniformado Con capucha
Ordena Es golpeado
Alineado Alineado
Se degrada a sí mismo Se declara muerto
Cuerdo Loco
Sigue vivo Agoniza
Allá Aquí
Libertad Encierro
No tiene a que asirse Tiene en que creer
Queda en la sombra Su muerte previsible lo libera
Este texto muestra un universo plural de personajes y actitudes que encaran posiciones antinómicas, por lo tanto, son comportamientos disímiles frente a la cosmovisión humana.
El castigo contra Pedro se da por las órdenes (palabra) del: “Lo digo, lo ordeno y otros lo cumplen” (ibid.p, 35). El capitán cree convencer a Pedro que le ha tomado simpatía y, por lo tanto, le evita castigos, pero su palabra (doble discurso) se deniega por sus propias acciones; el preso político responde: “Ya me reventaron, capitán. Su rapto de bondad llegó tarde ¡Cuánto lo lamento! Ya no tengo hígado y es probable que no tenga huevos. Por las dudas, no me he fijado” (ibid.p, 57). Es decir, el reo descalifica la palabra, el parecer discursivo del militar, quien cree engañar al preso, mas este lo descalifica.
El capitán recurre a la palabra como un arma de salvación cuando trata al recluso; sin embargo, el no confía en ese discurso y le espeta: “De ninguna manera vas a poder, capitán. Ni tratándome de usted, ni de tú, ni de vos, ni de señoría” (ibid.p, 68).
Otro pasaje donde muestra el poder de la palabra ante el torturador se presenta cuando Pedro tiene tres meses de encontrarse incomunicado y decide hablar a solas. El verdugo le propone que hable con él, a lo que el victimado responde: “Esto es hablar/ ¿Y qué es?/ Mierda, eso es. Hablo a solas porque tengo miedo de olvidarme de cómo se habla. /Pero hablo conmigo. / No me refiero a hablar con el enemigo” (ibid.p, 74). La rotundidad de la negación es una marca ideológica.
Benedetti sostiene en el proemio del texto: “un hombre que usa su silencio casi como un escudo y su negativa casi como un arma” (ibid.p, 10). La recurrencia de Pedro en no dar información para proteger la identidad de sus compañeros de causa es un ejemplo de lealtad –no con una causa política-, sino con uno de los más altos valores de la condición humana.
Los diversos noes, al final de cada uno de los cuatro actos, son de un significado extraordinario. Refleja un comportamiento ético, la identificación de la derrota del capitán y, por extensión, del sistema, que no ha hecho decir al reo, a pesar de su sistema autoritario, cosificador despersonalizante. Lo impasible se manifiesta con gran dureza en todos los contextos de situación contra el militante del otro sector político.
• El poder ha existido desde el origen del ser humano como una manera de establecer límites al comportamiento, tanto individual como social.
• El poder y la tortura evidencian una alineación espiritual en quienes lo detentan.
• El poder castrense trata de vencer la resistencia del otro para influir en ellos.
• En Pedro y el capitán, de Mario Benedetti, el militar (sistema) tortura a Pedro, el preso político, para que delate a sus camaradas, sin embargo, en lealtad con su causa, no acepta la delación y se mantiene inquebrantable con sus convicciones.
• El silencio introspectivo que asume el victimado es su arma de lealtad con sus compañeros de rebeldía. Ese vacío semántico es una ausencia de palabras, que debilita el poder del sistema, el cual requiere información acerca de los revolucionarios.
• La sala de castigo es un espacio cerrado, solitario, donde el poder del capitán –la seguridad del Estado- se vuelve absoluto contra los intereses de los seres humanos en desgracia.
• Pedro o Rómulo reta, desafía el poder sistematizado con su silencio, además, su proceso de ironización es una estrategia que lo protege, es su anticuerpo descalificador de la autoridad política.
• La lectura socioideológica de este texto refleja las estructuras sociales homologadas con las estructuras textuales, por ello, resulta importante analizar las oposiciones victimador/victimado.
• La palabra, como vacío semántico, es un escudo de poder al que apela el reo, y es su posibilidad de negar (ausencia) lo que le confiere el triunfo ante el sistema.
• Los noes de Pedro frente a las súplicas del capitán son un cuerpo léxico que afirma la identidad ideológica del victimado frente al sistema represivo.
• La súplica del capitán coronel para que el reo hable es una prosternación de un ser que pasará de victimador a victimario, porque le falló al sistema –es previsible-, por eso queda en la sombra, al final de la obra, como un indicio pánico de su futuro en la ajenidad y la tortura reversible, porque no hizo hablar, pero él sí tendrá que hacerlo, pues no tiene principios cardinales a los que pueda asirse.
Lic. Miguel Fajardo Korea, Premio Nacional de Educación (Costa Rica, 2008)
miguelfajardokorea@hotmail.com
Excelente aporte, Cenamor. A ti sí que habría que darte un premio el del poder que la palabra solidaria tiene en la comunicación y la cultura.
ResponderEliminarEn fin, me sacas los colores. Mis premios sois vosotros y vosotras. El cariño de la gente siempre es el mejor premio.
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