martes, 1 de junio de 2010

Hildy Johnson nos habla de la nueva novela de Mónica Sánchez 'Zapatos rotos'

De nuevo me permito un paréntesis literario para hablar de un libro muy importante porque dispara directamente a mis emociones. De nuevo, mi hermana, la hermana de Hildy Johnson, de la que me separan miles de kilómetros y un océano, me deja el corazón encogido con su pluma que vuela en su segunda novela de ficción, Zapatos rotos (Editorial Juntando palabras, Barcelona, 2010). Y es que entre las páginas de este libro revolotea el espíritu de un personaje femenino fuerte y de dimensiones enormes inspirado en la que fue mi abuela. La génesis de esta novela cumple ya casi tres años. Mi padre, castellano y de pocas palabras, siempre bueno pero diciendo lo justo, empezó a escribir largos y nostálgicos mails a mi hermana lejana. Y ella le fue alentando a que le contara todos los recuerdos que le venían a la cabeza de su niñez. Mi padre le empezó a relatar sus vivencias cuando era un niño tirillas que deambulaba entre un pequeño pueblo castellano y la gran ciudad. Y mi hermana fue elaborando el regalo que queríamos ofrecer a mi padre por su setenta cumpleaños. Una novela de ficción inspirada desde su memoria. Con ilusión autoeditamos entre todos los hermanos y nuestra madre veinte ejemplares para dárselos a mi padre. Él recibió el regalo con su cara de asombro, con su castellanismo habitual, y cuando terminó su lectura, tan sólo nos dijo que si podría tener algún libro más porque quería regalársela a sus amigos más cercanos y no tenía suficientes. Después poco a poco le fue diciendo a mi hermana que por qué no trataba de moverla, que él se sentía orgulloso de esas páginas. Y la novela empezó a andar despacito hasta que entre los miles y miles de novedades literarias ha empezado una difícil andadura (en la que son muchos los factores que dificultan su visibilidad) pero Zapatos rotos es un hecho real y físico. Ficción inspirada en recuerdos y memorias. Recreación de un tiempo de posguerra a través de la mirada de un hombre que cumple setenta años donde surge el retrato de una mujer castellana de manos enormes, ignorante pero con un espíritu fuerte y orgulloso que calló mucho y vivió con una obsesión que la quebró la sonrisa pero nunca su fuerza: que sus hijos nunca sirvieran a nadie, que sus hijos tuvieran una formación, que sus hijos le señalaran los países que ella nunca conoció en un mapa…, que sus hijos no pertenecieran al bando de los siempre vencidos, de los que no tienen nada, de los que una guerra que empezaron con el estómago vacío, les dejó de herencia su estómago de nuevo vacío. Y la pluma recrea un tiempo pasado desde el presente. Una pluma cargada de emoción que a mí me provoca lágrima y me deja el músculo del corazón acelerado. Pero esa emoción que a mí me surge, por reconocer un espíritu, es una emoción que rebosa y se transmite a todos aquellos que son ajenos a ese espíritu de mujer o a esos recuerdos en la cabeza de un hombre mayor que nunca ha dejado escapar al niño que lleva dentro. Y como no, en la novela aparece el cine. Me permito regalar un fragmento pequeño: “Su primer salario, trescientas pesetas con treinta y tres, se lo entregó íntegro a su madre. Ella sacó su pañuelito, ocultó la mayor parte del dinero en él, dejó fuera unas monedas y le dijo: hijo, ya va siendo hora, nunca he ido al cine. Aquel día, cambió el negro por una rebeca gris, lustró sus zapatos de batalla como hacía tiempo que no los limpiaba, buscó un lazo coqueto con el que adornar su lengüeta, se ajustó los pendientes, único regalo de su difunto esposo, se aferró al brazo de su hijo adolescente, bajó las escaleras con renovadas energías, y a cada vecina que encontraba a su paso le decía sabe usted, es que hoy mi hijo me invita al cine. Esa tarde, tras la película, que Belicia no entendió, pero a quién le importa entender, acabaron en una chocolatería”. Que quieren que les diga, Zapatos rotos deja que vuele esa mujer castellana, mujer dura de manos enormes, que con sus nietos se enterneció y le salió la risa. Ella nunca con nadie quiso hablar de sus vivencias y sentimientos. Nunca. Siempre decía que cuando fuéramos mayores ya nos contaría…, y nos hicimos mayores pero la abuela nunca nos debió ver demasiado maduros. Con mi padre, también calló, pero él la tuvo cerca muchos años y a veces intuyó y leyó qué se escondía tras el férreo rostro duro, serio y orgulloso de esa mujer que aunque ignorante se comió la vida muy puta a dentelladas y defendió lo que creía mejor para sus hijos con uñas y dientes. Tragándose palabras y lágrimas. Con el orgullo intacto. Y bueno, gracias a la pluma, a la imaginación, a los recuerdos, al hijo que siempre se mantuvo cerca muy cerca…, quizá algo hemos podido acercarnos a esas vivencias que nunca quiso compartir por demasiado tristes. Quizá ese personaje de ficción, Belicia, atrapa algo los sentimientos que pudo abrigar. Hildy Johnson (artículo tomado de su blog) Mónica Sánchez (Madrid, 1970) es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado tres ensayos dedicados a las personas sin hogar: A ciegas: mil historias de la calle, En dos: un viaje a las fronteras y Sólo luna: treinta cartas a una dama sin hogar. Con su relato Primer amor fue finalista en el concurso de cuentos 'Cosecha Eñe' 2008 y con la obra Cama caliente a la deriva ganó el primer premio del concurso internacional de teatro breve 'Ciudad de Requena'. En La hija de Kafka (Editorial El andén, Barcelona, 2009), su primera novela, demostró su extraordinario potencial literario, que corrobora en Zapatos rotos.

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