martes, 18 de mayo de 2010

Poema del día: "El alba evapora al recién nacido", de Raymond Queneau (Francia, 1903-1976)

I
El quieto desierto enciende la pipa de la paz
Es un maratón de parto
Un ruiseñor sobre una cloaca
En una punta del plano el aviador dibuja América en clave
El armazón de madera cruje
El crápula con la piedra de sapo en la frente
La piedra de sapo en la frente tiro de mortero
¡El muy inútil! Los nativos de esta región descoyuntada
Donde nacieron con finos labios de piscina
Se disponen a abandonar el caserón alzado sobre pilotes
Por encima de las llagas flagrantes de los abismos de desdicha
Siete tamarindos crecen
Los infiernos impíos
Las noches natatorias
Los telegramas elásticos
Panfleto de la naturaleza heterodoxa
El frío hiela los pimpollos del dinero
Al atardecer los salones forman guirnaldas
En torno a jornadas languidecientes
Por los ardores privados
Los ciudadanos se estrellan contra el panorama
Ideograma escrito por entes inestables
Esclusa de los destellos cerebrales
El azar se cierne sobre las prisiones de adorno
Donde se ven grabados los siete fantasmas de las injurias navegables y los ocho sueños de la potasa cáustica
El día de porcelana pasea saludable

II
Por las cuestas de la analogía
Se hacen añicos en silencio tres esferas irisadas
Danzarinas y mendicantes
Flores con apariencia de dedos juntos
Las palabras que se abstenían de las sombras de la realidad
Murieron Al expirar revelaron quienes eran sus padres
Puros se habían deslustrado muy deprisa
Para vivir se hicieron obreros o boxeadores
En los espacios donde habitan los seres siderales en el centro magnético y en los árboles cuyo follaje se asemeja a los pulmones de los animales expuestos en las carnicerías
Los paisajes pintados al pastel aprendieron a moverse
Sus pintores meditaban cómo hacer plantas irreales
Que llevasen a los pájaros sus leyes y decretos
Los asesinos esperan la venida de los padres del lenguaje
Un cosaco con el culo de cuero de sus pantalones los guía
Por encima de las casas desde donde el horizonte asombroso se lava los dedos calladamente cuatro príncipes
Esperan la salida de los cisnes
Cartílagos devastados rescoldo de placeres
La feria de los tesoros por venir
Se ha abierto entre dos muros de antimonio
Los cuatro príncipes han muerto
Treinta y seis cirujanos colocan dentro de su ataúd periódicos metálicos y botellas de stout (1)

III
La vida muere junto a las fuentes del agua teñida
Que ansían el vuelo de las ocas
Vincapervincas talludas las noche la estación
Guardia estrellado henchido de esplendor
Las especias envueltas en los mantos caprichosos
De los matorrales combaten con valor
Crepitación de negros destellos en la santa bárbara de los navíos a la deriva
Lugar para cajas de caudales usadas crímenes de dedos viejos
Jaguares escondidos detrás de los árboles de la ribera
Para qué nadar entre dos tiempos
Los inmigrantes abyectos las arpías corrompidas
Asfixiada menstruación oceánica
El sarcoma de deshilacha
La sífilis aureolada en carricoches o simones
Presente en Euler (2) la división del flúor de bromo y de yodo
Punzón del taller exceso del ovario
Los papeles de China por seis estratos de seis mil metros separados de los vertederos sórdidos donde mugen los becerros cansados traídos al mundo por un cojo disimulado
Con el anuncio de la maduración de la lavanda
Se abalanza
De lleno y viene a dar contra un baldaquino donde le espera la muerte
Al amor latente

(1) Cerveza negra (N. del T.)
(2) Leonard Euler, ilustre científico y matemático (N. del T.)

Raymond Queneau en El instante fatal (1946) (Visor Libros, Madrid, 2009, trad. de Adolfo García Ortega).

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