lunes, 18 de enero de 2010

'Cuando se leen los poemas de Cenamor', artículo de Hilario Ibáñez

Cuando se leen los poemas de Cenamor, no puede uno dejar de sentir cierta envidia, cargada de admiración, porque se topa, así, de repente, como si de una bocanada se tratara, con la absoluta sensibilidad. Es como si abres la puerta del horno y de repente sientes un calor que casi te desplaza, que te abrasa y a veces te hace tambalear. Así me sucede cuando leo a Cenamor. No se encuentran imágenes preciosistas, ni elaboraciones formales muy sesudas (tampoco voy buscándolas). En este último libro se ve que han sido trabajadas las imágenes y las metáforas, pero tal vez no iría más allá como poeta, si no fuera porque sus poemas destilan –en el total sentido de la palabra- sensibilidad. Están cargados de una percepción lúcida y atenta: percibe la calle, la belleza de la calle, la hoja muerta, el árbol solo en la maraña de la selva metálica, el perro moribundo, el mirlo en una rotonda, el pájaro abatido; percibe al vecino, los colores que uno viste, la mendiga que arrastra toda su hacienda, el hombre cansado y la mujer deprimida… Y es que Cenamor tiene esa cualidad de los espíritus nobles: no juzga, no demoniza ni ensalza: simplemente contempla, está atento a lo que pasa en cualquier momento. No existe el tiempo: el ahora, el instante es donde se juega la existencia. Observa todo diligentemente, y sobre todo, amorosamente, como que perteneciera a todo eso que contempla, como si se percibiera dentro de la misma suerte de todos. De la misma naturaleza de todo. En sus libros anteriores todo lo dicho está presente, pero en el último -Casa de aire (Amargord Ediciones, Madrid, 2009)- todo lo está reflejado de un modo intenso. La realidad no está para maldecirla, sino para contemplarla y sólo desde ahí, desde el acercamiento ingenuo e inocente, es desde donde se comprende, se asume y se transforma. Es en ese punto donde se encuentra la belleza, que no es la perfección de las formas o el canon establecido, sino la percepción amorosa de lo que se ve, oye, huele, toca y gusta. La belleza no se esconde a nuestra mirada, sino que nuestra mirada no es capaz de percibirla, por los prejuicios, los análisis, los forcejeos con el conflicto. Hay que ser ingenuo para acudir a la realidad sin etiquetas ni estereotipos, con la mirada del niño…, o la del artista; para encontrar en ella la densidad y la plenitud que encierra. Así que además de envidia (sana) hacia Cenamor, también me surge agradecimiento porque a mí, y supongo que a todos sus lectores y lectoras, nos da a ver lo que nuestra mirada no ve y de esa manera nos hace mejores y más sabios. Hilario Ibáñez, filósofo y profesor

4 comentarios:

  1. Cuando se lee el artículo de Hilario Ibáñez "cuando se leen los poemas de Cenamor", no puede uno dejar de sentir cierta envidia, cargada de admiración, porque se topa, así, de repente, como si de una bocanada se tratara, con la absoluta sensibilidad...

    ¡Que gran regalo Cena! Gracias.

    Muchos recuerdos para el "esquivo" y que me disculpe por haber utilizado sus palabras ;)

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  2. Estará orgulloso de que le cites, jajaja. Ya le daré recuerdos cuando lo vea.

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  3. Siempre es una buena noticia saber que has vuelto a publicar y poder leerte... y con ello, pensarnos, sentirnos un poquito más cada uno de nosotros; pero después del expléndido artículo de Hilario (a lo que ya nos tiene acostumbrados), estoy deseando acercarme a "Casa de Aire". Nos vemos el 4 de febrero. Saludos

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  4. Gracias Juana, será un placer reencontrarnos en un acto tan importante para mí. Y bueno, Hilario es de los míos, ya sabes, un ñoño, jajajajajajajaja.

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