Suelo despertar bajo el limonero donde nací.
Pido un poco de silencio,
Aún duermo:
¿Puedes oír cómo juego entre los paracaídas del sótano?
Me bajaron al cumplir siete años
Y ahora, tras mi careta de vieja adolescente,
Conservo la llave perdida.
No abro los ojos cuando sueño,
Comería fruta todos los días,
Cualquier pieza,
Sonámbula putrefacta...
Yo, castaña aguacate.
Camino tras las sombras de mis manos,
Dilato las pupilas.
Adivino luz donde el invierno entumeció.
Respiro fuego;
Tatuado en mis manos, intento aplaudir
Casi creyente.
Las llaman nunca avisan. Mienten.
Soy hija de la hoguera.
No hablaré de quién fui, sino de quién fue y
aún, mañana domingo.
Ayer
Omnipresente e ilimitado
Flautista sin ratas
Espuma de gigante
Oratoria hipnótica
Fuerte, le parieron mulas de arado
Hoy
Hilo de agua
Olvido del maremoto
Cabeza menuda donde antes cantaban un rey
Mañana
Afonía de trueno
Confío en que me haya escuchado contártelo.
Dije mi primer adiós cuando saludé a la matrona
Desde entonces, me tienen secuestrada.
Guardo un cuaderno bañado en melancolía
Donde dibujo las figuras de mis enemigos.
Con ellos aprendí cómo se huele un limón,
A quienes rindo tributo en diciembre.
Debo añadir
que vine al mundo días antes de navidad.
Fui castigada por insolente,
Sólo hice de espejo.
¿Acaso dije ser honesta?
Ahora tengo un gato como familia,
Ronronea porque es azul.
No todo en mí es telaraña.
Despertándome.
Sabes que despedirme, adormece.
Y miento.
Yo también soy hoguera.
Ada Menéndez en El desvestir del pulgar (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2008).
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"Las llamas nunca avisan", me dijiste. Que lleguen, entonces. ¿O ya están? O ya se fueron...
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