martes, 20 de octubre de 2009

'La certeza de la ceniza y la esperanza de la espuma' artículo de Juan Pedro Carrasco sobre la obra del poeta Manuel López Azorín

La certeza de un final, la muerte, la certeza de que la realidad nos ofrece la magnitud de una vida y la certeza de lo dura de esa realidad hacen de la obra de Manuel López Azorín la revelación de la odisea del hombre (Amar es mi ejercicio), la consideración de la vida como una película, cuyos fotogramas se van haciendo con el tiempo de su filmación (Versos para después de una película), la inseguridad que el desconcierto proporciona (Libro del desconcierto), son la columna vertebral de su quehacer poético. La exploración de esta transición (desde el nacimiento hasta la muerte), sus miserias, sus plenitudes, sus sueños y sus espumas y cenizas se encabalgan en los versos como un milagro a punto de ser milagro. Se advierte, en esta transición, que la vida literaria de López Azorín se circunscribe en torno a dos contextos diferenciados, aunque entre uno y otro existe una permeabilidad muy difícil de separar. El primero, el López Azorín relacionado con el contexto cultural de su entorno y de su época, vinculado al desarrollo del conocimiento de la realidad poética a través de la creación de grupos y revistas cuando funda el Colectivo Helicón de poesía y relato y los cuadernos de poesía La música de la palabra. También la puesta en funcionamiento del CEP (Centro de Estudios de la Poesía) en la Universidad Popular José Hierro y la creación de la revista Poesía en la diana. O a través de la expresión audiovisual –importante labor- de la obra de autores de gran altura poética en el panorama literario español, al ser director y presentador durante diez años del programa 'Tertulia de autores', emitido por Canal Norte TV, y escribir y dirigir cortometrajes sobre José Hierro, Claudio Rodríguez, Rafael Morales y Rafael Montesinos para las jornadas anuales del CEP. Y en segundo lugar, con la creación poética, strictu sensu, con las obras Marasmo (1986), Vértigo (1994), Amar es mi ejercicio (1997), Versos para después de una película (1998), Libro del desconcierto (2001), Azul de los afectos (2001), De la vida y otros ríos (2003), Crónica de Babel (2003) y La ceniza y la espuma (2008). Parto, para hablar de su poesía, precisamente de los últimos versos publicados en su libro La ceniza y la espuma: “(Aunque al final sea todo barro, polvo, ceniza de este sueño que es el hombre)” Y lo hago sin querer enraizar con el pensamiento de Calderón de la Barca, sobre la consideración de la vida como sueño, para deconstruir su poética que se va configurando como entramado circunscrito en la pérdida de la inocencia, prefigurando y figurando el análisis de los estados de ánimo y del sentimiento a lo largo de la secuencia temporal de la vida del hombre. Sus intenciones son claras. Al “no pretendo una estética concreta” se une su “Yo me escribo a mí mismo para escribir a todos”, porque el poeta quiere “Hallar conocimiento y, desde él, / comunicar, si puedo, cuanto sé de lo vivido en mí / (de este tiempo que es mío y que abraza / a todos vosotros)” de 'El valor relativo', en Versos para después de una película. Quizá, como en Baroja, esta inconcreción no estética, confesada, sea precisamente la simiente y el fruto de su poética, porque la vida tampoco tiene su planificación o continuum perfecto. Siempre hay un sobresalto, una sorpresa o una espera que hace que ella tome un giro inesperado y suma al poeta o al hombre en nuevas perspectivas o consideraciones. El amor, el tiempo y la soledad son algunos de los asuntos que recorren sus libros: “En este caso como no hay Telémaco / yo te imagino sola” y aparece la imagen de la isla como relación del ser como una “isla” que unas veces es continente (“la isla donde habito”), otras es sentimiento (“en esta áspera isla que me habita”) y otras sustancia (“soy una isla inhóspita”) y que denota el verdadero sentido del estar en la tierra. No obstante, su voz sobresale por encima de lo puramente lírico y, que se hace necesariamente lírico, para poner de relieve otras circunstancias que nos afectan. Y así en algunos de sus títulos (Marasmo, Vértigo) y muchos apartados de sus obras 'El encuentro, la lucha, la derrota', 'La espera, el canto' son signos de una poética que se va alejando poco a poco de la visión tradicional de los temas para dar paso a una palabra directa y comprometida. Ya lo apunta Antonio Hernández sobre su Libro del desconcierto: “Manuel López Azorín se ha metido dentro del conflicto”, sin duda y con valentía, en un sentido de coherencia literaria, y continúa: “Ya no centra la vida en sus primores, sino que va al hueso del ser en cuanto tal, sus propiedades, principios y causas primeras”. El poeta ve en el tiempo “un vivir de golpes de relojes y pulsos”. Hay una evolución en el sentimiento que va desde la humildad (“yo me llevo las cosas / que nunca necesitan de maletas”, de Versos para después de una película, o “Pueden desposeernos de todo lo tangible / pero nunca de aquello que nos crece por dentro”) hasta la expresión de los más bajos instintos ante la consideración de una realidad injusta y una vida dotada de circunstancias, individuos y acciones viles e inmundas: “los buitres sobreviven y es gracias a los muertos”, de 'El buitre' en La ceniza y la espuma; “A veces me pregunto / si no son los pacíficos los dueños de la vida / a pesar de las garras de los depredadores” ('A veces me pregunto', de La ceniza y la espuma). Y así lo refiere en cuanto a este pensamiento en La ceniza y la espuma Pascual Izquierdo, si bien se extiende a otras obras: “es un compendio de reflexiones sobre sentimientos, valores, recuerdos del pasado y hechos del presente traídos a colación para censurar aptitudes y comportamientos del hombre a lo largo de su trayectoria”. La soberbia, la duda, el desconcierto, la vanidad, el dolor, la venganza (incluso el odio) son temas que desfilan por sus versos y sus poemas como un proceso que revela lo no necesario en el ser humano: “Cuando el hombre se piensa inigualable, único (…) / a veces, muchas veces, / multiplicado acaba por el cero”. Sin embargo, con una fuerte presencia en la vida, este canto, poco habitual en la poética que leemos en los últimos años, le sirve para prepararse y preparar al lector ante todo cuanto la realidad nos conceda: “Presentí la llegada de todas las tormentas / y seguí en la tarea de trabajar los días, / porque el hombre es más hombre si se afana en los sueños / de hacerse mientras cuida los campos que le siembran” ('La siembra', de La ceniza y la espuma). Un proceso que llega hasta la redención o la resurrección a través de la palabra: “Habrá que revivir bajo las nuevas luces / y hacer de este desierto de lenguajes / paraísos de luz con la palabra”. El autor plantea dos líneas de reflexión y de actuación ante la vida: en primer lugar, situándose y situando al lector ante un presente del que cuenta lo que acontece, otras desde el presente inicia un proceso de deconstrucción de un nuevo del tiempo pasado; y, en segundo lugar, el imperativo de vivir a pesar de saber el destino final, como un estar receptor de experiencias y de ahí el ser comunicador de las mismas. Una deconstrucción en el sentido 'derridiano' de la vida, no del texto (como en el pensador francés), sino de la vida para reconstruirla a través de los sueños y de la palabra: un “mojarse”, sin irse. Quizá porque tiene la certeza de que “el tiempo” no “todo lo perdona”. Juan Pedro Carrasco

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu post... había escrito muchas cosas, pero el ordenador me las ha borrado. Un saludo.

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  2. Sí, es que para escribir tienes que ver antes que pone terminado. si escribes mientras está en proceso, al terminar se actualiza la pantalla de diálogo y borra lo que hayas escrito.

    Un abrazo.

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