"Es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos" es una de las descripciones que el maestro del cuento Julio Cortázar hace de esta forma de narrar, de contar la realidad en pocas líneas, con pinceladas que forman un todo en sí mismas y que podemos aplicar a cada uno de los diecisiete relatos que conforman Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero (Ediciones Baile del sol, Tenerife, 2008) el nuevo libro de la periodista y escritora Inma Luna que ya nos sorprendió con dos extraordinarios libros de poesía: Nada para cenar y “El círculo de Newton”.
Diecisiete microcosmos con la mujer como protagonista, pero no un único modelo de mujer: encontramos mujeres cuyo corazón sufre extraordinarias metamorfosis, mujeres a las que el alma se les va (o se les viene) por las papilas gustativas, mujeres del desierto cuyo aroma sigue flotando sobre la arena incluso después de muertas, mujeres almohadas, mujeres voladoras, mitad mujer, mitad mariposa, mujeres atrapadas en su propio ombligo, mujeres que se encuentran donde los límites del mar y del cielo se difuminan, mujeres que hallan la ternura en una mano llena de sabiduría... Y todo ello narrado de la manera en que sólo los verdaderos contadores saben hacerlo. Un libro que atrapa entre sus páginas desde el primer relato, el que le da título; un placer para los sentidos.
Katia Gijón
Escribir no es fácil. Publicar tampoco, pero no sólo por la dificultad de encontrar algún editor, sino por ti mismo. No es fácil decidirse a publicar un libro con todo lo que se edita, y sobre todo, con lo que hay de bueno (y malo) en cualquier librería o biblioteca, es para desanimarse. Sin embargo, es muy de agradecer que haya intrépidas (en este caso) que venzan el pudor y se atrevan. Que se crean que tienen cosas que contar y ser leídas.
Nos gusta que nos cuenten historias, buenas historias bien contadas; tarea, ya digo, nada fácil. Nos gusta sentirnos parte del cuento, ponernos en la piel del personaje del cual se nos está contando algo y para eso tenemos que creernos la historia que nos están relatando. Inmaculada Luna lo consigue en la mayoría de los diecisiete relatos que componen este pequeño libro. Tan sólo, en un par de ellos no acabé de entrar y en toro directamente me salí, de la piel, se entiende.
Los demás son historias que las vivimos, es decir entramos en la trama. Son cuentos que te atrapan, te entretienen, te sorprenden, te divierten. Algunos relatos te revuelven hasta lo más íntimo porque te crees descubierto (¿es mi historia la que está contando?). Otros nos llevan a la melancolía o a la tristeza de la pérdida. En otros reconocemos nuestros lugares comunes. Otros tienen un final desconcertante y gozoso, por el giro inesperado de los acontecimientos.
Cuando se conoce a un autor (autora) se tienen prejuicios, quizá sea que no acabamos de creernos su capacidad de fabular, quizá sea porque nos parecen, los autores, gente distante, que viven en otro mundo y no están en éste, el nuestro. Inmaculada vive entre nosotros y ha escrito un buen libro de relatos que, sin duda, merece la pena leer. Sobre todo porque cumplen lo imprescindible, enganchan.
Luis González Carrillo
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