La obra de Miguel Fajardo Korea (1956, Guanacaste, Costa Rica), es conocida, no solo en el plano creativo del hacer poesía, sino también en la difusión y promoción cultural, periodismo literario y hasta de la literatura epistolar, más la consciencia comunitaria que lo une a su región, a sus contemporáneos. De allí que este libro lleve el nombre que el autor le ha otorgado, pues resulta ser una bitácora que le permite escapar de los límites de su región, que le ha ido dando forma a sus poemas, hechos todos con la sustancia vital de un hombre que vive para y con ella, además de su capacidad para la lectura del mundo, que es lo que hace diferente a este libro de su vasta producción.
Hay una clara diferencia entre Travesías (Jurisis Editorial, San José, Costa Rica, 2008) y otros libros del autor, principalmente en el lenguaje que fluye de manera muy elaborada, sin dejar por eso las palabras emblemáticas que forman parte ya del universo semántico de Fajardo, como sueño, oleaje, vendaval, memoria o asombro, que han impedido, para su propia capacidad expresiva, el no cultivar el fácil arrobo vernacular y sí la profundización en su propio mundo, sin dejar por eso su ámbito geográfico, que viene a ser casi un referente en sus diferentes obras. Este libro, como bien lo observa Rubén Vela, es de madurez, pero no para conclusión del periplo o la travesía, sino como punto de partida para darle a su obra eso que él siempre ha deseado: partir de lo inmediato, lo regional geográfico, para recobrar lo universal trascendente, que ha sido la búsqueda de Fajardo a través de casi todos sus libros. Esa madurez en Fajardo es plenilunio, para así combinar la esfera interior de su vida personal con diversos temas: la búsqueda de su propia voz, el elemento sociopolítico, la diversidad de rutas y una serena dignidad de usar la palabra para descubrirse y comunicar algunos de sus más hondos anhelos. Es belleza extendida para brindarnos una solidaridad basada en el amor universal, que el poeta ha hecho puerto, llegada y partida, para darnos un libro límpido, pensado, claro en los términos de su lenguaje alquímico, que denota una síntesis de las lecturas del mundo, de los hechos históricos, de su propia soledad a compartir, lejana de las ataduras de un yo atormentado.
Por eso es diferente este libro. Porque se parece a él mismo, toma en cuenta el trabajo de filigrana de Fajardo, pero también establece distancia de él, para ser el centro de una posible búsqueda de independencia, sin temores, que hacía de sus anteriores libros un punto de amarre, antes que un rumbo de libertades. Siendo un libro escrito entre 2005 y 2007, deja en él testimonio de muchas cosas que ocurren y que podemos percibir de manera tácita, como es el estilo de este poeta, pero que imponen sus normas de lectura, para que sepamos leer entre líneas, que ahora son regla áurea para penetrar el universo de Miguel Fajardo. En la verdad de la obra de arte, que propone en su lectura, este libro va más allá de escribir para escucharse y más el hacerlo para ser oído por los lectores. Travesías son muchas, nos da un signo de pluralidad, hábilmente dispuesto, para mostrarnos que “los legionarios del sueño” de sus poemas son también los habitantes recónditos de lo que somos y fuimos. No es un libro de olvidos y añoranzas, sino el coraje literario de un distanciamiento, de un espacio entre el poeta y nosotros, para poder entendernos rostro a rostro. ¿El amor es el gran motivo? Podría ser que lo fuera. Pero solo si nos amamos primero a nosotros mismos podemos entrar en comunión con los otros. Este libro es Miguel Fajardo Korea, y no solo del anterior Miguel Fajardo. Esto quiere decir que el mundo puede salvarse con un poema, como lo afirma el escritor y parece estarlo diciendo todo el libro. Algo que marca un punto de partida, una travesía hacia nuevos umbrales, que tendrán que ser más certeros, más definidos, más abiertos. Como requiere el compromiso del poeta con la palabra.
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