Ocurre un pequeño seísmo en cualquier parte
cuando dices mi nombre.
Me elevas a la altura de tu boca
lentamente
para no deshojarme.
Tiemblo como si tuviera
quince años y toda la tierra
fuera leve.
¡Oh, inefable primavera!
Eugénio de Andrade en Los surcos de la sed (Calambur Editorial, Madrid, 2001).
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