martes, 1 de julio de 2008

Artículo de Carmen Marimón Llorca sobre la antología poética 'Palabras a la deriva,

Hace apenas dos años veía la luz la antología del grupo poético ANUESCA, Voces de periferia. Hoy vuelven a presentarse con una segunda antología, Palabras a la deriva (Editorial Club Universitario, Alicante 2008), con la que, no hay duda, certifican su vitalidad, su capacidad de trabajo y de riesgo, pero sobre todo, su inquietud poética y su amor y dedicación a la palabra y a la poesía.

Palabras a la deriva muestra, mayoritariamente, un tono profundo e incluso dramático. No abundan los versos dedicados a la vida y al amor y, cuando este se nombra, suele estar teñido del dolor -‘A un amor’, de Pedro Llorente- y la tristeza de quien ya no lo tiene “...Y recuerdo la rosa, que jamás te regalé”, se lamenta Carmen Esteve. Más bien al contrario, los poetas quieren certificarnos lo cuesta arriba que se puede poner el vivir, como hace Brígida Rivas en ‘Si hubiera sabido’ -“Lo malo fue que a nadie se le ocurrió darme una mano”-, Harmonie Botella en ‘Bar’, donde el cliente “celebra el dolor de la vida que le fustiga” o Carmen Galindo en ‘¿Por qué he de vivir sin querellarme?’. La noche aparece como un escenario habitual en muchos de los poemas y, con ella, los personajes que la habitan, que puede ser el propio poeta, como en ‘Nocturno puro’, de Ana Iniesta o personajes perdidos para los que la oscuridad es refugio o máscara, como ocurre en ‘La noche cruda’, de José Antonio Navarro. El tiempo, “¡el péndulo del tiempo!”, como exclama Denisse González, es tema inevitable cuando se busca el (sin)-sentido de la experiencia cotidiana, esa que Mercedes Rodríguez comparte con nosotros en su relato ‘El parque de los espíritus’ y que le hace finalmente afirmar: “El pasado se ha depurado en este presente y ya el futuro, esa entelequia, me importa un bledo”. Y todo esto lleva, inevitablemente, a la introspección -Aurea López, Julia Díaz-.

Sin embargo, también hay poemas y poetas que quieren mirar hacia fuera, escrutar la realidad y a sus seres singulares, como hace Luis Fernando Couto en su retrato de personajes ‘Al genio’ y ‘Falso ídolo’. Y la realidad, cuando se mira con ojos profundos, lleva al compromiso con el sufrimiento injusto, con la desigualdad, con las consecuencias del poder mal ejercido. Harmonie Botella, José Antonio Navarro o Julia Díaz tienen brillantes y comprometidos poemas en alguno de estos sentidos.

Por lo demás, como es de esperar, las voces son distintas -primeras personas introspectivas, narraciones en verso y en prosa, apelaciones a terceras personas o a puras emociones-, la métrica -del verso libre, predominante, al soneto, la elegía o la copla-, y el estilo -preciosismo y cultismo junto con llaneza y estilo directo-, muy personales. Pero no hay duda de que Palabras a la deriva tiene un denominador común: ninguno de sus poetas quiere pasar de puntillas por la vida y, aunque cueste y duela, eligen la conciencia y la lucidez.

Para Ana Iniesta, la inquietud es una parte indisociable de la vida, una vida en la que es difícil justificar la presencia de Dios, como en su implacable soneto ‘Requisitoria a Dios en defensa del hombre’. Un soneto de tono y tema quevedesco, ‘Vivir’, nos habla de la fugacidad de la vida y en ‘La alianza’, encontramos uno de los pocos poemas de afirmación del amor de toda la antología. Aurea López necesita de la experiencia sensorial para expresar sus sentimientos, y así ocurre en ‘Síndrome de Stendha’» donde las calles, “alfombradas de pétalos rosas y blancos” anuncian el desengaño; y en ‘Chirridos’, los que emiten los días que se oxidan”, imágenes que le sirven para materializar los sentimientos y darles realidad. En los poemas que trae a esta antología, Brígida Rivas nos muestra sus distintas voces poéticas; así, destaca un sorprendente poema narrativo sobre las reflexiones de un suicida lúcido y consciente, ‘Si hubiera sabido’; es capaz de mostrarse en alegres coplas con ecos populares, “¡Ay, los labios de la niña!, un pozo son de dulzura”; y no rehuye los poemas sentimentales y clásicos sobre el amor que llega tarde en ‘Ahora no’. El poema breve, concentrado y directo parece la forma en la que Carmen Esteve se siente cómoda para expresarse poéticamente, ‘Hojas de rosas marchitas’ y, en particular, ‘Puesta de sol’ -muy logrado-, son la prueba de que la poesía para brotar no necesita muchas palabras.

Preguntarse es una forma de querer entender la vida, una manifestación de la necesidad de encontrar explicación a lo que, tal vez, no la tiene, ‘¿Por qué he de vivir sin querellarme?’, de Conchi Galindo -una voz poética sabia y honesta-, muestra la rebeldía ante una situación a través de estrofas plagadas de antítesis que ponen en evidencia las contradicciones de la vida misma: “Si todo lo que encuentro se me pierde/ si todo lo que busco no lo encuentro”, “Si ya lo que sentía no lo siento”. En ‘A veces’, el recurso a la repetición le sirve para darle todavía más sensación de irrealidad a los recuerdos. El paso del tiempo, una preocupación universal, un tema tan frecuentado por los poetas es con el que se atreve Denisse González en ‘El péndulo del tiempo’ y en ‘¡Ay!, si yo volver pudiera’. Pero en este último, el tema del tiempo se une a otro gran tópico poético, el de la alabanza de aldea, que le hace apelar a la nostalgia de “aquellas cosas pequeñas/ de aquellas cosas sencillas”. Son poemas bien construidos, con un lenguaje claro y rítmico que hace llegar fácilmente el mensaje.

Desamor, soledad y angustia, desesperanza, son las pasiones que, con lenguaje y expresión intensa, trasmite Harmonie Botella en sus poemas y que se hace especialmente evidente en ‘Bar’ o en ‘Camino del abismo’. Sentimientos que extienden más allá de ella misma para convertirlos en compromiso - “Quiero olvidar a ese hombre que murió/ porque no pensaba como los míos”-, o en ironía y sonrisa amarga en el relato ‘Padre’. En esta colección la poeta nos ha entregado poemas y prosas atravesados de tristeza profunda y crítica, señas de identidad de buena parte de su producción. Los poemas de José Antonio Navarro nos muestran los frágiles límites de lo humano, la cuerda floja sobre la que nos despertamos y vivimos cada día. ‘El armario donde guardo la vida’ nos pone ante la decisión cotidiana de continuar en la lucha…o no. ‘La nana del niño negro’ es una visión tristísima del abandono y de la miseria hasta en la misma muerte, y ‘La noche cruda’, es un relato poético despiadado de la oscuridad como refugio de las más sórdidas verdades. En ‘Me asusta el silencio’ esa noche se convierte en presagio de muerte -“Esta es la noche que nunca acaba/ y que trae el día que nunca llega”-. Es una colección dura y sin concesiones, pero que termina con ‘Renacer’ dejándonos al menos el refugio de acabar siendo conciencia.

La poesía ha sido y sigue siendo una forma de conocimiento y en el caso de Julia Díaz, es un camino de introspección, de búsqueda del sentido profundo de la propia existencia. Es especialmente revelador ‘Me habita un río enamorado’, en el que la poeta se siente parte de la continuidad de sus antepasados cimbrean vuestras manos por mis venas/ navegan mis arterias vuestros rostros”. En ‘Cuando me aúlla la pena’, la poeta se vuelve sobre sí misma para encontrar el camino perdido y, mucho más jubilosa, asumida la condición volátil e inestable, nos grita: “Pólvora de estrellas soy, llena de manos”. En Luis Fernando Couto, la poesía se hace pieza directa y sencilla. Personajes reconocibles como tipos costumbristas son los protagonistas de ‘Al genio’ y ‘Falso ídolo’, en los que utiliza un lenguaje redundante y expresivo que no deja dudas sobre su punto de vista: “eres basto, torpe, cazurro, bruto”. En las coplas en recuerdo de las de ‘Juan Panadero’ de Rafael Alberti modela un lenguaje de sentencia breve y con sentido: “Limpian, limpian la calzada/ lo limpian todo por fuera, por dentro no limpian nada”.

Las experiencias vividas, cuando se convierten en literatura consciente -prosa o poesía-, dejan siempre en el lector una sensación de autenticidad, y eso es lo que ocurre en el poema ‘Las olas que te llevan’ y en el relato ‘El parque de los espíritus’, de Mercedes Rodríguez. ‘Vive corazón’ por su parte, es un canto al impulso vital: Palpita, Cabalga, Navega, Ama, Vive, son las órdenes que la poeta le da a su corazón para que luego se de a la fuga, al galope, al camino y viva la experiencia de la vida. El soneto es el molde que encuentra Pedro Llorente para encajar su poesía. Tiene este poeta intuición para crear ambiente en apenas un cuarteto, como en ‘Velada invernal’. Especial mención merece ‘Desde la altura’ con esa corrida de toros a vista de pájaro que se resuelve en un cruce de brillos y colores muy conseguido.

Tuve la oportunidad de escribir el prólogo de la primera antología de ANUESCA y me es muy grato hacerlo de la segunda. Son honestos y comprometidos y saben muy bien qué hacer con las palabras. Sólo me queda desearles suerte y una larga vida literaria que compartir.

Carmen Marimón Llorca, Universidad de Alicante


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