Confiesa Patricio Manns en la contraportada de Ovulada (Ediciones Amargord, Madrid, 2008): “Había presentido ya que las nuevas generaciones, aquellas que vienen a sustituirnos, están formidablemente más dotadas y equipadas, por ejemplo, que la nuestra, en idénticas circunstancias y percepciones en igualdad de profecía y canto. Sin embargo, ello hace aún más inexplicable el caso de Amanda Durán en esta obra. ¿De qué recóndito planeta interior proceden estos versos trágicos, apasionados y durables? ¿Comprende la poetisa todo lo que escribe? Y es que plantea la cuestión de la experiencia a la hora de enfrentarse a la escritura.
“Ignoro de donde viene el sentido postrero, tenso y veraz de estos versos, algunos de ellos tan notables y tan vividos, tan dramáticos y elocuentes, que me dejan confuso, tamboreando en un cacho incalculable”.
En su Ovulada, sostiene Alejandro Lavquén, la poeta entrega un texto conmovedor y audaz. De una intencionalidad poética que sorprende en muchos de los parajes que nos ofrece. El texto está marcado por el dolor y sangra constantemente, desde el inicio, como un diluvio de conflictos no resueltos: “La niña que no soy/ que nunca amó a su padre/ y finge/ gemidos falsos/ y falsos/ a ras de hambre/ o muerte”.
Sobre el título declara Durán que a muy poca gente le gusta, y es así: un nombre incómodo para un libro incómodo. “No busco agradar, pero si tocar vértebras, miradas del lector a si mismo, es un libro dedicado a los fantasmas, escrito por fantasmas. Ha sido un proceso increíble.”
Junto al tema central, fijado en el resquebrajamiento de la familia, que bien puede ser cualquier familia, se reconsideran otros sentimientos. Por ejemplo, el amor es abordado a través del conflicto conyugal, de la cotidianeidad, la ilusión, posibles desafectos, etcétera: “sin asco/ revientas mi carne/ sin hambre/ vamos y venimos de la piel sin tocar” (...) “ya no corre amor de tu esperma ni tu sangre/ pieles chillan/ y el silencio es/ lo único que te atraviesa”, apunta Lavquén.
La imagen del padre muerto ¿o ausente?, es constante, como un fantasma que va y viene en un acorde difuso de la memoria, pero que se empecina en regresar. También se percibe una especie de imagen edípica: “mi padre se atraviesa en mi cama/ apareces”, que toma forma de rabia, de un cuestionamiento familiar muchas veces no claro, puede ser una alerta, una provocación o un llamado de atención sobre los deseos.
Un segundo libro, anteriormente publicado en Chile por Mago Editores, de Amanda Durán, que pasa del desamparo a la indignación, del dolor al placer, de la desazón a la esperanza; también en la poesía es válida la ley de la negación de la negación, y los elementos literarios van transformándose en su contrario como en un espiral. Es el caso de Ovulada.
Manns se arriesga y asegura “si en cada siglo pudiéramos descubrir uno solo de estos jóvenes universos inclasificables, la poesía habría asegurado su destino de manifiesta hermosura con largueza. Que este libro nos baste y sobre ahora mismo, pues será suficiente para rato”.
Sin poesía no se entiende nada, escribió Parra para la autora, lo que a estas alturas de su vida la poeta ha asumido a plenitud.
Texto cedido por Amargordia.
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