martes, 20 de mayo de 2008

La Travesía interminable de Miguel Fajardo Korea, un artículo del Lic. Marco Tulio Gardela

Efectivamente, la vida es una travesía dual que perdura en la conciencia de los pueblos.

Y es que en este nuevo libro del escritor Miguel Fajardo Korea, cuyo título corresponde, precisamente a Travesías (Jurisis Editorial, San José, Costa Rica, 2008), con portada de Isidro Con Wong y criterio de contracubierta del poeta argentino Rubén Vela, el discurrir de la existencia humana navega entre dos aguas: el piélago tenebroso de la maldad y el océano radiante del bien.

Tal aserto aparece definido en los epígrafes, a manera de pórtico, del poeta Isaac Felipe Azofeifa, “Yo soy el mar de palabras y deseos que navego”, y del jurista literato Juan Diego Castro: “El silencio frente al crimen es complicidad”.

La relación dialéctica de antinomia se evidencia desde el primer poema, ‘El mismo lugar’, con la metáfora “Plenilunio del abrazo/ y la ternura.” y las frases “El mundo/ como el mismo lugar/ desde donde seremos expulsados./ Miedo y violencia.” Y finalmente, la síntesis: ‘Caminamos’. Porque ese caminar, la vida, transcurre de una antípoda a otra, los dos senderos del devenir humano convergiendo en un “mismo lugar”.

Hay un acento categórico de denuncia: los crímenes contra la humanidad se han institucionalizado, con las dictaduras, la invasión militar o económica, la tortura, la violencia cotidiana, el asesinato, la miseria, la opresión...

Consecuentemente, el sujeto lírico expresa con mensaje lapidario: “Violaron el corazón de las esposas,/ acrecentaron la incertidumbre/ de las hijas.”; “Amenazan con cambiar / la luz para los huérfanos,/ las sonrisas encarceladas/ por el miedo a los sátrapas.”; En las riendas del galope/ divisan el Trópico/ contra los derechos humanos./ ¡Es el poder!/ Es otro poder.”; Ceniza, lágrima sedienta/ para no repetir el amanecer/ de los torturados.”; El homicidio cuando abandonan/ un feto/ en los territorios de la maldad.”; Los sistemas atacan/ la verticalidad del canto,/ sus manifestaciones auténticas,/ sus íconos delatores/ contra la maldad y la violencia.”: sintagmas que ejemplifican el transcurrir de los abismos.

Y ante la problemática que avasalla, se erige el fulgor que reside en el alma del ser humano: el amor, el bien, la esperanza, el arte, la solidaridad...

Así, por ejemplo, el amor y la poesía salvan a la humanidad: “Desnudémonos/ para honrar la memoria/ de los caídos anónimos/ desde la ceniza./ Lo que siempre debió suceder/ entre Adán y Eva:/ la experiencia más hermosa/ de sus cuerpos“; “El fuego como destino definitivo,/ lo pleno/ de tu amor./ ¡Saray!/ Mujer de siempre.”; La poesía crece en el destierro./ La palabra/ es el poder de la verdad,/ nunca con la mentira.”; Es América./ Su canto./ La verdad/ de sus comienzos./ El esplendor/ en las proclamas de Bolívar,/ Martí,/ Juanito Mora.”

Se destaca una jubilosa exhortación a derrotar el acoso aniquilador, para asir la luz: “Están por sonar/ los tambores/ contra el terror/ o el miedo./ ¡Escúchalos!/ Abramos la vida.”

En este contexto de carácter universal, el poeta, no obstante, inscribe pinceladas de guanacastequidad: “La selva como mariposa/ chorotega/ en el silencio/ de la espuma.“, Los linajes concedidos/ como rumores soberanos/ en el árbol de las orejas.”, La tinaja chorotega,/ el jícaro dolarizado:/ guerras, TLC, europeización.” y la esplendente guanametáfora Exploramos el delirio/ de la huelenoche/ en la sonrisa de tu luna.”

El apartado final del último poema es una apoteosis al triunfo del amor universal, pero especialmente cristalizado en la voz entrañable del hogar, donde la Madre y el Padre son colina perpetua que trasciende los tiempos: “Los abrazos/ recubren el ayer/ en la inocencia de la camelia,/ el armisticio en el círculo de la nocturnidad./ Solo tu palabra/ ¡Madre!/ me continúa faltando./ También tu abrazo/ ¡Padre!/ La ceguedad de tu luz como travesía.”

Este poemario del costarricense, Miguel Fajardo, que resplandece con magnificencia conceptual, intensidad lírica y compromiso social, empieza con el lexema que le da nombre, “Travesías”, y finaliza con el vocablo “travesía”: es el círculo de la eterna singladura existencial.

Lic. Marco Tulio Gardela, Centro Literario de Guanacaste, Costa Rica




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